jueves, 17 de mayo de 2018

Inesperada, historia



Ordeno y completo la historia de la Inesperada que se relaciona con el desierto. 
Nacida en el noroeste, las tierras áridas ejercieron siempre un encanto. Su peculiar rasgo de personalidad, que le hacía temer a los demás y los espacios abiertos, encontraba allí el sitio ideal, pues esas vastedades se ajustaban al título de nuestra película más obsesivamente repetida: Bajo el cielo protector
Al reunirnos en esta casita, ella con veintidós años y yo llegado a los sesenta, pidió contarle vez tras vez mis tres breves viajes por donde desiertos africanos se instalaban o insinuaban: a Fez, en dos ocasiones, y Mauritania, la tercera.
Tenía poco que decirle e inventaba aprovechando el distinto viaje hecho tiempo atrás, y a cambio duradero, pues me tomó ocho años: a través de los libros.
Había un algo más en su Cuac, como gusta llamarme, vinculado a los fantásticos lugares. Era otra película.
Había quienes veían en mí a Travis.
Compró telas hindués, únicas a disposición, que le parecían venidas de allí, y vistió con ellas el para entonces "nuestro hogar".
La música africana embelesaba a este hombre y nos acompañó maniáticamente.
Cuando a rastras decidí hacerla marchar para que su futuro no fuera un callejón sin salida, solo se aquietaba pensando en el destino: Santa Fé, Nuevo México, donde terminaría los estudios musicales.
Pasaba tardes enteras allí sentada sobre una peña junto a la carretera, desde donde contemplaba el semidesierto.
Cierto día apareció a lo lejos un sueño en forma de bereber a camello. Se llamaba Mark, era bellísimo por la elegancia natural del cuerpo delgado, la piel hindú, pareciera de tan expuesta al sol, y el aire beatífico. Andaba por los venticinco años y llevaba tiempo dedicado a descubrirle bellezas a su hermano mayor, parapléjico. Aventurados trabajos de dos o tres meses le dejaban libre el restante del año. La noble bestia en la cual venían era una comby con hermoso vestido hippie como carrocería.
Desfalleció de amor apenas verlos, para vivir con ellos los dos meses en que Mark intentó convencerla de que cuando se fueran no podría acompañarlos. 
Un atardecer la ensoñozación se esfumó en silencio. 
Al día siguiente los compañeros universitarios no podían encontrarla por ninguna parte y presumiendo su camino dieron con ella casi donde Travis anduvo. Con mirada perdida contemplaba un ojo de agua.
Sobrevivió pensando en el embarazo cuya existencia le fue descubierta casi enseguida. Por ese niño se dejó convencer de abrirse paso gracias a un avieso productor. 
Al dejar Santa Fé tenía ya una casa frente adonde intuía que el desierto continuaba o daba comienzo: el mar. 
Puedo bordar sobre el tema interminablemente y si tuviéramos manera de plantar aquí la música que ella compone, habría un subtexto riquísimo -ese productor cobró caro el patrocinio-. Las canciones que nos acompañan en esta nota señalan sus influencias o rumbos.             
  
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