Empezamos ella con un ¡Igualado! y yo un ¡Perfumada!, onda Elsa Cárdenas-Pedro Infante en Cuidado con el amor, que no tuvimos, ni el cuidado ni el amor.
¿Que me la comería si dejara? La noche de leer juntos en un genial antro, le dije que era la primera mujer en mi vida con quien me sentía en desventaja. No se trataba de la edad, pues otras jóvenes me acostumbraron al descaro. De fuerza, iba el asunto, y yo mentía. Siempre supe cuán poco valía frente a quienes asumían los roles más duros y esenciales. Con esa ya no tan muchacha les rendía culto en la vejez. Al fin irrumpían socialmente, por una combinación de virtuosos y terribles impulsos. El mercado laboral las demansaba en masa para seguir despretigiando el trabajo, requería capacitarlas vendiéndoles de paso una falsa promesa y ellas aprovecharon, como siempre que tuvieron modo. Pagarían con sangre, otra vez, y a muy alto costo. Serían violadas y asesinadas en números solo comparables a las de las guerras de odio, mientras creaban con ellas un negocio aun más rentable que el narcotrático, secuestrándolas para volverlas carne vil, destazada apenas consumían sus nuevos encantos.
Yo seguía con mi patético canto:
Yo seguía con mi patético canto:
A cambio nos igualó la risa y el respeto por las mutuas vidas.
Se fue de viaje y puntual avisó, sabiendo cuánto el equilibrio de mi cabeza necesita su presencia virtual, así nos veamos las caras a ratos.
Está enamorada, creo, pues no hablamos del tema, y yo sigo entre el recuerdo de la Inesperada, los suspensos con la Imprecisable y cualquier fantasía a modo, hasta las que la involucran, sepan perdonarme, ustedes y ella.
De película, entonces, la cámara, el director, el crew, la mamá de ella, que la talonea, y mis nietos, venidos (párele, Tera, eh, que tienen nueve años) a apergollarse coristas de Chiquiladas, ni cómo la concentrancia, y luego el ¡Corte!, ya la chiflamos.
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Al día siguiente, dice uno cuando al escribir lo de aquí arriba llevaba cuatro horas en él, chinguiñoso todavía me encuentro con un nuevo "desatino" de la mentada (jjj), que esta vez musicalizo como ella espero quisiera (deje pasar los primeros compases: no encajan ((uuummm)) hasta el sax).
Retiro el estupendo poema (¿es el término correcto, compañera?, pues ya sabe que mi ignorancia genérica -entiéndase eso como se quiera, jjj- confunde el Te Pu -siempre le hablo de usted, eh, así que no me propaso en este momento- Erh con el atole -uuummm). No le pedí permiso para copiarlo -ni para leerlo en público con su nombre y apellido al calce -de aquí a Saturno-, se lo pedí a la Gaby -pero no quiso dármelo- y no extralimitarse rezan las viñeteras reglas; ¿qué hago con la música?
Como sea, después de conocer lo antedicho innombrable no sé si me atreveré a saludarla al rato, mañana, durante el juicio final. Tenía y no razón: me siento en desventaja con ella, así alardee con mis juegos de palabras:
La Tera, ¿de casualidad tendrá acceso a una grabadora digital, porque no encuentro la mía (pa masturbarme la hallo rapidito, pero en tratándose de trabajo jjj)
Mucha leidi, sí, mucha, para cualquiera, creo desde la primera vez de verla y pensar A esa no la dobla nadie, menos un hombre.
La noche en que leímos juntos para otrxs, el antro no se le acabó hasta el amanecer, amansando bureles cuyo trapo no rojo sino negro y arriba de las rodillas atraía las embestidas. Cuando las cervezas en el refrigerador desaparecieron por su largo acto de magia, se echó a dormir sepa dónde, pues mendo -yo, para los nacos, jjj- para entonces con mi pijama de patitos retozaba en la cama.
Ni idea sobre el momento en que la perderé de vista, quizás el domingo siguiente al miércoles en el cual estamos. Cuanta mujer encuentre por el camino de aquí hasta darlas (aprovéchese si quiere, Mal nombrada, que me puse profundo y los albures no me andan) la descubrirá, porque nunca nada se da en maceta, de unidad en unidad, y alguna milpa la produjo, seguro y en consecuencia vaya a calcular yo cuántas Aguamieles que rajan la garganta circulan por ahí.
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Las 8:46 pm y no se reporta. Que el paciente se le pira, acuérdese, guarra, porque no me va a decir que estuvo cortando margaritas... ¿o duerme, mi Tera, para que la noche rinda según debe y no haya más ese sol por el cual en odio vomita? Sólo acuérdese de que a los gallos les late donde la ouija.
Por cierto, pídame permiso en delante: el dueño de la comba grande que tanto gusta a las brujas y a vuescencia, hermanas todas, pues no en balde lleva de emblema este son; que la noche al abandono, entonces, es de mi propiedad cuarenta y dos años antes de la caída de usted a este valle de kikirikis.
Su rabia y su coraje los topé en 1972 caminando por la calle, y en los años luego se convirtieron a mis ojos en rigurosas apariciones a la madrugada, una pulcata y un congal tras otro escupiendo los restos de hombres que venían por dulce y terminaban en el fondo de la taza sin revolver, pues ácidos los querían para que supieran, si me entiende usted.
Se tiraron a la basura, la rabia y el coraje aquéllos. Los de usted díganme dónde firmo que no se los lleva el viento ni hoy ni cuando siga enrebozada para convertirse en la mujer con el bastón de los años que tanto quiere y así reencarna.
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Es otro día y la dama (¡sí, cómo no!, y eso no lleva jjj porque a usted le suena a piropo) se fue a la siesta (muy activa ella, ya la aristocontagié). Por una vez la dejo sola en el dicho placer (¿cuál culpa mía si todo suena a guarrez?)
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A las tres y cuarto la Mal nombrada no puede dormir, para variar y gracias a San Miliano porque así le hago compañía. Comparte esta canción -que suprimo por no continuar pasándome de la raya, pues la señito no dio permiso para estos devaneos.
Minutos después se despide. En media hora regresa, cincho. Le dejo pasar el Yo sé cómo se jetearía rico, y no me salga con su ¡Igualado!, que permite un cualquier cosa en respuesta.
Hay que poner The End a la viñeta, Tera. De otro modo quedaría expuesta al registro pormenorizado de sus días.
Con el beso de siempre, respetuosamente, su pacientito.
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Semanas después tomamos juntos -¡oh, revelación, engañan al viñetero público desde la primera línea y tienen queveres!, jjj- lo obvio: la Bruja, beoda consuetudinaria, jjj, una chela, y yo un morigerado café, ofcors, jjj. Sin palabras quedó más clara la cosa que si le hubiéramos aventado varias botellas de cloralex: entre nosotros pura amistad, ni más ni menos, ni más ni menos, pues nos contamos hasta el número de empastes en las muelas, jjj -imagínese vuescencia la estampa en la terraza de un restaurante.
Las semanas pasando de vuelta, vino la mentada (jjj) lectura y la Merezco en acción -perdóneme, Itaj, pero esa cábula se la he dejado ir (jjj) sin respuesta no se cuántas veces- traiba borracho de deseo al personal -grande o chico (uuummm, jjj), no importa- y animó un juego conmigo, cada que amagaba irme.
-¿Ya se va, don? -decía casi repegando su gloriosa Sugar a mi flaca humanidad, onda Marlene Dietrich con el director de escuela en el Ángel azul; usea, en seducción fatal, jjj.
Cuatro veces por hora, entonces, procedía a levantarme, para que conteniendo mal la risa usted repitiera la escena.
-Guarros, ni si me vuelvo barril de nautle y por ello confundo al Jorobado de París con el David del Miguel Ángel -por cierto, mi Brown, qué mal gusto: ¿ya vio lo poquitito que calza ese galán?- sacarán jalea de este cántaro -venía más a cuento el panal, pero cántaro es cántaro, comprenderá -se escuchaba en el antro todavía más que sus homéricas carcajadas (para el palacio de Bellas Artes andamos hoy).