Cuando nacieron empecé para los nietos lo que en
este caso se nombra a lo exacto: un diario. Los veía casi sin falta las tardes
de lunes a sábado, algunas noches quedaba a dormir con ellos, y escribía y
escribía en el cuaderno.
De todo contaba al futuro de los piojos: lo que hacían, la colección de orates que con nosotros heredaron, hasta los dos años y medio en que las visitas debieron espaciarse.
Ahora lo hago de tarde en tarde, aunque de cierta manera mirado y sólo de cierta, que los viajes con ellos por el cielo de los ciegos y los remedos de gatos fueron de plano estelares, más juntos estamos.
Desde luego no voy a reproducir aquí mis plumazos, pero en algún momento no resistiré la tentación de en algo confesarlos.
De todo contaba al futuro de los piojos: lo que hacían, la colección de orates que con nosotros heredaron, hasta los dos años y medio en que las visitas debieron espaciarse.
Ahora lo hago de tarde en tarde, aunque de cierta manera mirado y sólo de cierta, que los viajes con ellos por el cielo de los ciegos y los remedos de gatos fueron de plano estelares, más juntos estamos.
Desde luego no voy a reproducir aquí mis plumazos, pero en algún momento no resistiré la tentación de en algo confesarlos.
Nietos, dije, y no. Sus jefes no saben, pero no les
salieron gemelos sino triates -bueno, a su pa no debería extrañarle: ya a ratos
había cumplido el papel conmigo.
En el espacio ese de socialización virtual que suelo citar, una noche escribí: Todo iba bien hasta que a lo repentino fui a dar de bruces a la banqueta. Uno de los dos individuos había dicho Eres mi mejor amigo.
Par de infames zotacos.
En el espacio ese de socialización virtual que suelo citar, una noche escribí: Todo iba bien hasta que a lo repentino fui a dar de bruces a la banqueta. Uno de los dos individuos había dicho Eres mi mejor amigo.
Par de infames zotacos.
-Date de topes contra los postes, por fa, abuelo,
es muy chistoso.
Finísimas personas ellos.
Al poco marché al Níger con mi abuelo y los encuentros se espaciaron muchísimo hasta una última batalla campal a cielo abierto, tras la cual desaparecí sin más.
El Atlante vuelve a reunirnos a sus dieciséis años una vez cada semana o dos por dos horas que ayer fueron seis o siete, cuando entre penumbras antrosas -jeje- E casi debutó tocando su guitarra con veinteañeros.
A S lo vi los diez minutos que le permitió su afición: estar perdidamente enamorado. Para no exhibirlos guardo las fotos de tan grandes momentos.