lunes, 11 de mayo de 2015

La pasión según FB 1

TANTITA PACIENCIA, QUE HAY QUE RESCATAR EL ORIGINAL, JJJ.
PASIÓN
¿Hay un posible género literario, virtual, que emplee la música?

Era con quien al fin cumplir el sueño y no sólo por su asombroso instinto sexual. El tiempo se emborrachaba en ella, trastabillando hacia adelante y atrás o sin moverse un milímetro, entonces infinito.
Como una cámara enfocaba, crecía y disminuía a capricho los trazos de la realidad, y vórtice absorbía el alrededor o lo contagiaba. No era raro que produjera temor o un irresistible apetito, y así oferta de eterno viaje en la pasión corrí tras ella apenas se me insinuó.
Los cercanos no entendieron mi maniática nostalgia luego de dejarla marchar y por pudor oculté los desbordes de la imaginación, consciente de cuán lejos habría ido de tenerla todavía.
Era ya por entero imposible cuando encontré el camino que pudo conducirnos a la plenitud durante el breve momento antes de que nos llevara el diablo. A seis mil kilómetros le envié el correo cuya respuesta me hizo temblar de calor y de frío:
"Sí, jugabas a poseernos hasta las últimas consecuencias hurgando en las sombras de la intimidad, las mías hechas de cumplidos rincones de deseo y las tuyas de fantasías. Y sí, ¿por qué la ira cuando a tu lado escapaba imaginariamente hacia otro, confesándolo? No te equivocas, de haber acompañado mi vuelo..."
Escribía sin emoción y me sentí como el único episodio que borró del pasado. No importa, si fui quien abrió las puertas para la verdadera apuesta, a la manera de éste y el resto de los días, a solas y no pues con el olor le robé el secreto, aquí anda, con sus fugas entre nuestros cuerpo a cuerpo, más mía.
Medio siglo después de componerla, al músico la canción le suena distinta. Pareciera que hay pura pérdida en ella y es mucho mejor ahora. Quién sabe y a quién interesa dónde quedó Sara, la de esta y otras grandes rolas.
-0-
Eso escribí en un blog, y los títulos entre paréntesis servían de vínculo a otras viñetas. Para entonces todo era viento, como llamo al universo virtual, y viajaba a la velocidad de la luz, incluida la joven que en la estampa me producía escalofríos. Cierto, la tuve muchas veces en los brazos, y verdad también el origen de nuestro relación en la internet y el mucho tiempo juntos allí.
Sólo así fue posible la intimidad que me desquiciaba. Ella quería huir, entendí enseguida, y a cambio tardé en darme cuenta de la sustancia de su mundo fantástico. No lo construía el mar a sus pies, el trasiego de los barcos por rutas entre dos océanos coleccionando lugares a los que mapas y libros plagaban de maravillas. La primera puerta a la ilusión la encontró en la pequeña pantalla de la casa familiar, atravesada de burdos, huecos romances que su cultura de trópico tórrido le permitía reinventar con erotismo y con el nostálgico escurrimiento del tiempo por muros en ruina, fotografías deslavadas, rumores callejeros, el triste mecerse del sillón de la abuela.
La falta de pieles nos condujo a la prolija historia amorosa de ella, sin importar cuán joven era si con apenas once años se había abandonado a la furtiva, experta boca de un hombre que una tarde la llevó al asiento de un solitario autobús sin atreverse ante el empavorecido temblor de ella, quien lejos de odiarlo interpretó la escena como una demostración de ternura.
Su extraordinaria capacidad para el relato enriquecía las escenas con atmósferas, aromas, sensaciones casi táctiles de los cuerpos, deteniéndose con mucha frecuencia a recordar detalles que pasó por alto, y de esa manera a una vez el suspenso por los momentos culminantes se volvía angustioso y secundario, pues las minucias eran de una elocuencia tan o más arrebatadora que ellos. Aprendí entonces cuánto el placer sensorial venía no del contacto sino de su anuncio, como en el recorrido de la mano rumbo al cuenco entre los muslos del otro, por ejemplo.
Para entonces llevaba años en los cíber ambientes, y el mariposeo del alma y de los ojos que anima fue perfecto para el solitario en el cual me había convertido la edad. Revelarse y esconderse, de eso trata el juego en el viento, en mayor o menor grado a la manera de cualquier otro lugar, y no según decían entonces los alarmados por la suerte de salto en el vacío al que así se entrega el mundo.
Robándole la vestidura al gran músico-poeta de todos los tiempos, bauticé como Autopista 61 a mi primer espacio de socialización. Subía y bajaba por ella horas enteras cada día construyendo un personaje. En una viñeta de los siete blogs o cuadernos de los cuales dispongo ahora, no sé cuánto di en el clavo y cuánto me justificaba: Uno se construye varias veces frente al espejo propio y ajeno, hasta que resulta irreconocible. Justo entonces empieza a ser cierto.

MÍA
La canción la dictó ella en el álbum de regalo con que por primera vez se presentó en mi casa. 
Una madrugada en un espacio de socialización virtual escribo:
¡Pa arriba, fodonga! y vete tú por el agua. Luego corres por el nixtamal y me haces mis chilaquiles. Y sin chistar, ¡zas, zas! -sí, cómo no; su abuela la despierta; a batazos me cae, ¡pum, pum!
Me debí haber empajerado con aquella que parecía crema chantilly con caramelo. Pero no, ahí va su buey con sus gustos de ¡denme hasta por donde no cabe!
5:07
Mía, ¿qué no podrías mezclar de tu onda pasión mortal, con tantito acomedimiento? Aliviánate, reina. Sé mi Mujer del Muerto, pero con airecito de doña Pruden haciendo de jefa de Davis Silva. ¿Cómo ves? Un rato que to haga de Rey del Barrio, ¿no? Anda
5:12 ·
Ve, nomás, a pura falta de ortografía me traes
5:13 ·
Y así sigo hasta pasado el amanecer.
¿Mía existe? Sí. ¿Estaba en mi casa esa noche? No.
Nuestro romance de seis meses es el más apasionado que tuve. Hemos gozado de sexo de mil maneras, las demostraciones de amor rayan en el delirio, nos engañamos sin parar, a veces con varias o varios a la vez, y en las muchas horas al día juntos no hay minuto sin reir. Nuestras puestas en escena nos habrían convertido en millonarios en el cine o el teatro de revista.
Tuvimos una formal ceremonia de matrimonio con invitados, quedó embarazada muy pronto y más pronto fue el parto. Nos nació un varón al que terminamos llamando Hurri, aunque su nombre en el registro civil es Hurricaine, por una canción. A los tres días el enano le había cumplido de la primera a la última de mis vecinas y satisfecho plenamente su Edipo con la autora de sus días. Y así, nuestro adelantado.
¿He visto alguna vez a la que también digo Ma-dame? Sí, nos hemos. ¿Tuvimos encuentros cuerpo a cuerpo? Contados pero furiosos.
Nos juramos amor eterno, ¿estaremos juntos un día? Ni yendo a bailar a Chalma, grita el sentido común: podrías ser su padre y ella vive entre la gente decente y tú no. De cumplirnos tal somos en la libertad del aire terminaríamos en un rincón del mundo muertos al poco por una mezcla de deseo saciado y hambre. De hacerlo lo decidirá la mutua convicción de que a cada una a solas no nos queda mucho por delante.

Caderas
Muero por unas caderas pero ellas se
mueven solas, sin querer, invitando, no importa la infidelidad a los ojos justo en el asiento del salón de baile donde más le duele a mi cabeza.
Según acostumbro doy la vuelta, que para penas ya tuve. La doy pensado en ellas. ¿Cómo decirles sin alterar su natural, hermoso vaivén?

Y va de vuelta el loco
Otra vez en el espacio de socialización virtual:
Hace 28 minutos
Muero, iba a decir, pero es Vivo, tras el vaivén de unas caderas, Mía
Hace 27 minutos

Y sobre las caderas, coronándolas, la fuente más grande de ingenio que vi en mi vida. Anda, mátame de risa otro rato
Hace 25 minutos ·
Oye, que se impacienta el maquinista. (Sí, ya viene, don, nomás está acomándose la falda.) Mía, dice el señor que no hay prisa. ((¿A qué se estirará tanto el hombre, con tamaños ojotes?))
Hace 21 minutos
Con cornamenta y todo, y no hay engaño pues nuestra noche de bodas la pasó con Ébano el haitiano, agarro el tren con ella.
Hace 17 minutos
Pa saber dónde iremos a parar, si esta línea la clausuraron hace años.
Hace 16 minutos
Total, lo que importa es el viaje, el tracata del animalote romántico hasta las lágrimas en las ruedas a punto de tronarse, la chimenea que parece sioux, a pura seña -una voluta tras otra, como en escupitajos-, las juntas chillando...
Hace 12 minutos
Y el paisaje tomado de la cintura de ella: de María Candelaria un rato, de Vámonos con Pancho Villa, luego. De estaciones ni hablamos: van de La Perla al Tesoro de la Sierra Madre.
Hace 9 minutos
Chale, Mía, ya ando delirando gacho. Mejor nomás apúrale por el carril de la alta del Periférico.

Mía doce horas después, el último vals 
Bailo el último vals. ¿Demasiado viento pa mí? Sí y no. No me importa girar y girar en la nada, pero prefiero el carne-hueso y cuando a la nada le aparece el carnal fantasma de siempre, volteo a ver a los míos y regreso a la rola que más me gusta:
And I wished for so long... cannot stay.
All the precious moments... cannot stay... E. Vedder
Espero que Mía entienda. En la pista a oscuras te llevo o me dejo llevar.

Entonces de tanto en tanto una puerta se abre, la sombra de un hombre aparece, pone su firma de exclusividad en el departamento, escucho sus pasos por tu cuarto, los veo sentarse a tomar el té, de súbito él cierra la puerta con coraje, y de vuelta a la oscuridad ya no sé si bailo a solas.
Mientras, la sonrisa irresistible de dos enanos de circo vuelve a llamar y sé de nuevo que sólo ese amor, a la vista por los ventanales, es incondicional. 

Mía, sacando el pañuelo por la ventana del tren
Un gran poeta ruso escribió algo así: La barca del amor se estrelló contra la vida cotidiana. 

Mía final: de cómo con un amor eterno basta jalar la palanca del escusado
Cien momentos de majestuoso delirio sexual, gritos al cielo para que escuchara que ni Jesús amo tanto. Un hijo incubado en seis semanas... Por el aire.
Ya estábamos, creo, matrimoniados, cuando supe que cometíamos adulterio. Ya estaba el Hurri dando lata, me parece, cuando fui informado que no tenías teléfono, pues era propiedad privada de tu legal señor.
Por muchas horas al día nos hacemos palabras, y no vives en Estocolmo sino pasando la loma. Pero verte siquiera de lejos es tan imposible como una nueva resurrección.
Tu foto se hizo perfil en blanco así que escribo como si anduviera en el Amazonas con Aguirre en 1542.
Ring, ring No estoy, porque a lo mex balada El cupable soy yo. Está bien, reina, acostumbrado a no pelar los ring, ring estoy de sobra.
Total aire éramos y en aire tarde o temprano habríamos de convertirnos. Soplamos los dos y adios.

Nuestros años felices (recordando a Mía)
Pasaron los años a la manera que debe en una historia como esta, en dos segundos, pues, y el tipo cada vez menos creía cuán burlados fueron ella y él por la mentira que a la primera el dios del viento le vendió: De tocar tierra siquiera una vez, desaparecerás. Al recordarlo, al hombre se le salía una lagrimita por los dos, hecha burbuja de jabón, claro, que se rompía con una mera insinuación. 

Mía, mirando hacia dentro
Escribí del romance con Mía haciéndola aparecer como la equivocada y quien andaba por los cerros de Úbeda no era ella sino yo.
Vale una frase de Álvaro Carrillo con cuatro palabras agregadas: "Que terribles resultan la gentes demasiado buenas"; no lo son y "parece que siempre perdonan, pero en el fondo siempre nos condenan".
Mía jugaba en el aire por sabia. Cómo engañan las apariencias, entendía, yo en cambio, nada.
Ahora sus caderas se me pasean por el alma: nada nunca más cierto y mágico conoció mi cuerpo.
En este viaje donde al deseo le cae dentellada tras dentellada, hemos muerto otro poquito los dos. Yo, ya abuelo, cuando volteo a mirarme encuentro casi puro hueso. Tú defiende tu hambre como perra, amor.

Tuya
En el pasillo, con el cigarro en la boca de siempre -el cigarro y la boca, se entiende-, frente a la ventana abierta el cabello de Mía es una tormenta al revés -de la canción, digo-. La mirada parece perdida, y no, busca, nunca sé qué, y las caderas de quedarse quietas detendrían el tren, que quien manda son ellas y no él.
Si yo fuera tu amante de cabecera, el tipo ese de la pandereta, te haría ahora mi mejor canción, pero apenas doy un Do. Así que te beso en la nuca para que tu aroma se me quede y con la mano tomas mis nalgas en despedida, sin voltear.
Sigue siendo Tuya, amor, digo en silencio, y sonreímos sin vernos, los dos. Luego una lagrimita a solas, los dos. 

Sé, Mía
Sé que te asomas, Mía. Que en las notas contemplas al sesentón que sigue siendo tuyo así no lo creas y leyendo busques las huellas de su pérdida.
Y no puedo evitar entristecerme por ti y por mí, imaginar tus días preguntándose entre el trabajo, los piropos que aborreces pero inculcas, las cajetilla y media de cigarros, el par de uvas por todo desayuno, el frío mortal donde sea, el delirio por el viento en el que te recreas.
Los diez meses juntos haciéndonos como cada uno quiso siempre y de la inesperada manera que el otro inculcaba, valen por una vida. A los demás les parecerá una tontería y no es.
Cómo decirles que no exagero un palmo al dibujar tus caderas, tu boca, el inconcebible empequeñecerse de tu cuerpo todo, los montes y los valles entre tus piernas, líquida, líquida, en mi cuartito a oscuras las veces suficientes para no entender más mis días sin eso.
Te extraño con locura y sin embargo… En realidad no hago sino respetarnos con fidelidad. Decía Partir y ahí seguía. Decía Silencio, Bienaventurados los viejos, Siempre mejor cuanto entre más se vaya, y tú conmigo: En el primer tren, adonde sea, sin un peso en el bolsillo. Y nada.  
Ya le escribió Bart a su maestra y esto no es caricatura pero: Adonde vaya, Mía…
Chance y si cumplimos de una distinta, todavía más idílica manera, y ahí están los dos pares de vías y vamos casa la chingada.


TRIPLE EQUIS
Hizo un guiño y me acerqué con extrema prudencia. Pudiendo ser la más pequeña de mis hijos le propuse el rol de tío con un toque pícaro, asomando a la ventana de su cuarto mientras la familia dormía. Increíble que yo no entendiera el juego si en cada visita a la hora prevista la encontraba desnuda por casualidad.
Hablamos del clima el día que al despedirse dejó un sobre en la mesa con una docena de fotos en las más provocativas poses, y una nota que probaba cuán transparente era mi perversión: ¿Quieres conocer con cuántos, cuándo y cómo estuve?
En la siguiente cita creyendo que dudaba ofreció hacerme su proxeneta. A la manera de la secuencia aquí arriba dije ¡Esta es la chica! y la lancé al estrellato de mis días. Excelente elección, hasta que salió de estampida, a la manera de la otra aquí arriba.
En cuanto a mí comí tanta mierda como el tipo también en la secuencia.
Muy David Lynch todo, no me extrañó luego que en el curriculum anexo al desplegado de periódico solicitando amigos y novios, borrara nuestros tres años juntos.
Habrá que preguntarle al director si la historia da para un Mulholland Drive II. Mi papel, claro, sería tan oscuro como el de ella.
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El Mr. no respondió a mi propuesta sino cuando un paparazi, creo, le informó de un nuevo episodio.
La joven ida miles de kilómetros lejos, de paseo con su amante por mi ciudad y a fin de ahorrarse el hotel me tocó a la puerta. Bastó una mirada para ofrecerles una recámara, desde donde en pago y luego de comprobar que su pareja dormía a pierna suelta, cada noche pasaba a mi cama. Entonces conocí el paraíso.
Escribo esto desde la fantástica locación que Lynch encontró para recrear la escena.

Living, leaving facebook
Los títulos entre paréntesis o subrayados conducen a otras viñetas o blogs y creen así crear un todo en continúa interacción.
El médico revisa los exámenes.
-No hay nada –dice y el paciente, como si lo supiera, más que preguntar responde:
-¿No?
-¿Sigue sin otros síntomas?
-Sí, pérdida completa de ubicación, disminución del peso a cero, y ya.
Repasa sus primeras notas el galeno.
-¿Por qué dejó en blanco el lugar de residencia?
-Pues… -duda sin atreverse a la verdad el alicaído hombre, y en el rostro sobre la bata blanca aparece una mirada de entendimiento.
-Ya veo: es usted de los que mudó a Facebook City. ¿Recuerda el dicho No sólo de pan vive el hombre? Agréguele Tampoco de aire. Tenga cuidado, amigo. Esta vez es un empacho, la próxima consígase una carroza fúnebre.
-0–
Para un pobre hombre como uno la droga virtual borra al mundo. Convertida en viento la tan poca cosa de carne y hueso se inventa hasta el delirio. Una mañana frente al espejo, horrorizada, muere.
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A lo súbito recuerdo la película con Nicolas Cage.
-¿Estaré repitiendo el papel? ¿Cambié de ciudad pa rematar a gusto?
Musga, júrame que en verdad eres morena y no güera y que tu segundo nombre no es Sera.
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El gallo se retrasa o adelanta y no coincide con el amanecer en el que el rosa arena de los muros recuerda la erisipela que le trajeron los años. Es el mism patio de las largas horas en el escritorio sirviéndome del solitario para escuchar música, de dieciocho meses atrás, cuando no sabía de la existencia de la ciudad ésa donde temo morir de espanto, ni de Blogilandía, la tierra ésta en la que digo copiar mi departamentito con su fantástica población (
Entrada).
Fue entonces que, en verdad a lo Ben Sanderson en la foto aquí arriba, mudé mis bártulos. De la noche a la mañana el solitario Idiota (
Revelación) en su versión don nadie tuvo centenares de amigos y amigas y una vitrina donde esforzarse en lucir. Burbujas de jabón eran, claro, y como pronto supe por Mía (Nuestros años felices), bastaba un soplido para romperlas -ah, esa historia con ella qué tan bien y mal contada está.
Luego vino la Niña
E=mc2, a quien los descendientes de El Proceso no dejan llegar todavía para que mis cincuenta y cinco metros cuadrados terminen por volverse locos.
No medía bien lo que mi adicción por naturaleza traería y el volver a los 17 se volvió un acto a solas entre cuadernos, documentos y grabadoras (
El corrido de los tercos).
A la exacta manera de Ben, hoy apenas tengo fuerza para levantarme de la cama, el ya histórico verde de mi piel se hizo cetrino y la burrita-bírula duerme el sueño de los justos fuera de las diarias carreras tras la dosis de tabaco (
Caprichos).
Del partir en dirección a mi cuna, ni asomos tampoco (
Tarea). Razón tenía el médico.
De intuir lo que me esperaba, en febrero de 2009 debí cancelar mi acceso a internet. A la Niña la habría encontrado de todas formas, milagrosa como es.
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-¿Doctor?
-¿Algún síntoma nuevo?
-Sí, vómito.
-Es la última señal, usted decide si continúa con la
Masturbación.


LA NIÑA Y EL VIEJO
Sigo sin entender qué historia debe contarse, Niña. ¿Ninguna, fantasma de ti?, pregunta el fantasma mío.
Hace poco y en el epílogo para mí de diecinueve meses y para ti de minutos, en apariencia al menos, dijiste que te recomendaron borrar nuestros tres años imprecisamente juntos.
Escondo tus señas de identidad, entonces, y sigo en el empeño por bien relatar lo que muy merece la pena, transcurrido mayormente por el viento.
A viñetas como cuanto hago, estas pecan de inmaduras, cursis a buenos ratos, y al final tienden a un cierto cinismo, cierto, tan sólo, pues no incluyo las que descubren ni el rostro más frío ni el más encendido. Las presiden unas palabras: El deseo es amor. El deseo absoluto es amor absoluto. Cuanto más cavaba en ti más infinita te volvías. Por eso nada llenará tu hueco.

I
Cuánto cansa la pasión amorosa. Bienaventurados los viejos. Cesan los gritos. Nadie sino el par de pildoritas sabe que ese hombre está en el parque y sólo él cómo mejor mira y declina hacia el único tiempo de verdad, el de ellos en él. Qué paz. En la rama más próxima una amable mujer de negro levanta los hombros y sonríe.
- 0 -
Eso escribí luego de la extraña, breve aventura con Mía, que me devolvió a lo que hacía mucho era cuestión de pasado.
Entonces a tres mil kilómetros apareció la joven de veinticinco años:
Se vaya pronto, se vaya tarde, no habrá modo de olvidar a la Niña. ¿Porque es joven?, ¿porque es hermosa? Sí, sin duda, pero sobre todo porque es ella.
Imposible encontrarla antes. No habría reparado en mí y yo no habría sabido entenderla. Supera mi fantasía y puedo verla gracias a los ojos de abuelo y a la manera en que se desnuda sin pena.
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Es cierto, vendrá la Niña, pero en el columpio de la ilusión donde se mecerá un rato, tampoco caerá en cuenta de mi presencia ni de la amiga que me contempla desde una rama . Verá sólo las manos que la balancean, la boca que la celebra, los ojos admirándola y aprendiéndola mientras se saben más acá: en el suave despeinarse de las copas de los árboles, la tierra que no escapa... entre los cuales seguiré cuando ella se despida rumbo al
Ruido.
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Sin importar las razones la Niña vendría sólo al modo de las golondrinas y por ello todavía más la historia presumida fue cierta.
Algo no había advertido el hombre: en la joven  habitaba una dulce soledad profunda. Aun así la idea de que partiría rumbo al ruido no era absurda por completo, pues la joven vivía obsesionada con él.
La Niña es muchas mujeres, las cuenta tan bien que sería mejor dejarla hablar, y no tengo permiso ni quiero pues su presencia ante mí fue recreada y yo la reinventé a la vez.
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Las viñetas eran parte de mis vuelos pendiendo del día al entrar en la vejez. Detrás estaba la Niña en una ciudad de la costa tropical de otro país. Estaba a su manera pues el río a los pies y el mar un poco más allá parecían existir apenas como vagas referencias.
Costaba trabajo entenderlo. Durante las charlas era absurda la sorpresa por una herrumbre muy poco poética a mis ojos, y no la total falta de olor a sal o que no se mencionara jamás el muelle. Vivía en una ciudad, no importa si relativamente pequeña, y podía comprenderse que la actividad tendiera hacia dentro, pero la singularidad de la joven advertía de un trazado secreto. Como sea, en tres años no pude hacerme sino una idea pobrísima de aquéllo. 
Todo por el viento, cómo percibir uno del otro más que filoncitos.

II
Las siete eran, creo, cuando puse la mirada en ella.
-¿Adónde vas, Niña?
Fueron los ojos quienes contestaron:
-No sé, no importa, sólo el viaje interesa.
En la respuesta había una declaración y una pregunta:
-Llevo la vida entera esperando por una mano que se atreva, ¿será la suya?
En silencio volteamos juntos hacia el camino sobre la loma. Diez minutos después nos deteníamos un segundo en lo alto, con una sonrisa. Nunca más se nos volvió a ver.
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¿Eran palabras y ya? Realmente creía que nos reuniríamos para desaparecer. Lo pensaba a ratos, al menos, y así prometió su primer viaje.

III
El otro día un amigo preguntó si lo que hay entre la Musga y yo pasa de las palabras a través de una pantalla. Sonreí. ¿Cómo explicarle la Musga relación tiempo-espacio
Conectado a la macro computadura de la universidad, soñando con el Nobel, mi cabeza se volvió laboratorio en eisnteiniano caos, buscando la fórmula para que el mundo entienda.
Desbrozando el bosque en que cada mánana se convierte su calle, a 35 grados centígrados y 100% de humedad, el 1:55 mts. se abre paso a brinquitos con un cotorro en el hombro y una gata enredándole el cabello.
Los miriadas de átomos estallan en una carcajada y en un mismo acto se sientan en mis piernas a 3,177 kms de distancia, y las 17:05 del 15 de julio se hacen las 0:20 del 14. Si anduviéramos en 1475, de Cabo Norte, Isla del Príncipe Rodolfo, Tierra de Francisco José, Rusia, a Gavdos, Grecia -extremos de Europa, pues-, en eco se escucharía ¡Milagro! y el moreno lascivo de Ella creería verse revelado en troncos de árboles y torres de iglesias.
Pero pasaron Copérnico, Galileo, Newton, etcétera, y Musga dando clases en su costeño pueblo y Musga metida entre mis brazos en la ciudad de México, o yo simultáneamente en mi escritorio y en su cuarto a punto de dormir entre la lluvia, o ambos una noche de julio de 2010 caminando entre gallos y palomas de 1998 no pueda ya explicarse por el Espíritu Santo. Reclama ciencia pura. O sea, misterio, que para eso nacío la Niña indescisfrable.

III
En la primera visita a la casa de la Niña, ella dormía. Sólo se atrevió a contemplarla.
Desde entonces no faltó noche sin repetir la escena. Era la promesa de los trece años encarnada y así azoro aun en aquello en que la fantasía atinaba. La imaginación de la piel, por ejemplo, o el aroma o los pechos o la forma de apretarse a las cosas, tenían que ver con la realidad de una muy burda manera. Lo demás resultó puro asombro.
-Perfecta –le decía una y otra vez y ella al negarlo se revolvía con furia.
-Soy fea y tonta.
En Agadez, el par de abuelos no tuvieron que esforzarse en probarle cuán equivocada. Bastó el cesar de los antiguos ruidos.
A sonrisas fue la vida desde entonces entre baobabs, kepoks y tamarindos. Por supuesto las phylum artrópodo, hormiguitas en términos de legos, para su contento pululaban.
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El segundo abuelo era el mío, a quien casi a rastras llevé al río Níger. La idea de recibirla allí advertía cuán poco confiaba yo en el futuro y por lo tanto en un destino común con la joven.

IV
Y la vida no era más que una cáscara de limón recién cortada. Apenas eso tanto, la fragancia.
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Preguntó si la quería y tuve que confesarle: No tengo más oficio que ese. Fue justo ahí cuando me llevó a vivir para siempre bajo la sábana.
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Duerme enroscada con una gatica blanca, y el Viejo no tiene que decir nada, ni siquiera a quienes amó antes, menos a ella. Luego de dos años la Niña es una querencia antigua, pequeña e imperfecta como él y por eso y por cuánto juntos viajan en los entresijos de un tallo, de una gotera, del murmullo del refrigerador, de la llama de una vela, imprescindibles ya uno para el otro.
Te llevo de paseo en una pestaña, ofrece la joven y el hombre sabe no alardea. En una de esas que tienes a miles, pareciera, le dice mirándola con los ojos cerrados sobre la cama, de los dos, ojos y cama, cuando la gatica estira la pata, ronronea y para acompañarlos no hay concierto mejor en la tierra.

V
En lo que menos falló el hombre fue en la admiración. ¿Qué lo hacía temblar de arriba abajo del miedo, antiguo, terco compañero y de esa forma por completo un extraño?
No conocía un personaje cuyo misterio se acercara al de la Niña. Le recordaba al de una pequeña, extraordinaria novela:
"Monelle me encontró en la llanura, por donde yo andaba errante, y me tomó de la mano:
"-No te sorprendas -me dijo- soy yo y no soy yo. Me volverás a encontrar y me perderás.
"Una vez más volveré entre vosotros; pues pocos hombres me han visto y ninguno me ha comprendido.
"Y me olvidarás y me reconocerás y me volverás a olvidar".
De nuevo erraba y no al relacionar a la Niña con la joven francesa.
“Y Monelle dijo: Te hablaré de los momentos.
“Mira todas las cosas bajo el aspecto del “momento.
“Deja ir tu yo a merced del momento.
“Piensa en el momento. Todo pensamiento que perdura es contradicción.
“Ama el momento. Todo amor que perdura es odio.
“Sé sincero con el momento. Toda sinceridad que perdura es mentira.
“Sé justa para con el momento. Toda justicia que perdura es injusticia.
“Actúa para con el momento. Toda acción que perdura es un reino muerto…
“No retrases el momento: extenuarías una agonía.
“Observa: todo momento es una cuna y un ataúd: que toda vida y toda muerte te resulten extrañas y nuevas.”
De hecho no sé si en esas palabras Monelle es el remedo de la Niña un siglo atrás o no las dijo siquiera y sumo el fragmento a la pequeña, genial novela. Lo hago agradecido y con dolor según, precisamente, el momento, y recordando la furiosa reacción de la joven en las viñetas al poner en su boca las otras frases, las primeras.
Raro el momento en ella. Le era tan fiel que cuando parecía dejarlo ir lo eternizaba de modo de volver a él cuando las circunstancias lo convocaran. Así se volvería presente perfecto el romántico muchacho tras el cual escaparía de mi mano apenas bajar del avión para juntarnos por el resto de la vida. De una virtualidad a otra el paso inexistente en las viñetas, tan a su vez momento puro mientras se producían.

Porqué, ¿sabes, Niña?, jamás dudé de ti y era lo justo. Amabas al Viejo y a cuanto representaba, con la misma terca ceguera que al veinteañero aquél o al de después, a cuyos encuentros me dejé conducir al procurarte luego de la marcha.
Virtuales los tres, así nuestras pieles se frotaran con la tuya, y profundamente reales, como desde el principio de los tiempos cuanto hace la especie, exilio por naturaleza.

VI
Eran tan pequeños los dos que se diría imposible su encuentro entre el pasar a miles de criaturas altas y robustas, y justo por ello resultó casi obligado. Buscaban los mismos filones al borde del arroyo, los mismos suspensos de los autos, idénticas cáscaras en las cuales montar librando los cursos de agua tras la lluvia, y rebotes de luz, pedacitos de papel de estraza, jirones de simpatía entre el gritón desconcierto de la avenida, para maravillarse.
Una falange más baja que él, hacía pucheros por la tolvanera picándole los ojos y desmelenándola, cuando la vió por primera y única vez, pues nada los separaría luego.
Se cogieron de la mano para sortear la salida en tropel de las oficinas, que anunciaba aplastarlos sin conciencia de su obra, y en el riel de una cortina metálica la risa les llegó a un solo tiempo apenas se ampararon.
De sobra las palabras, en los minutos para ellos horas todo pareció el compartir la atención a las mil vivezas de la acera. Una vez apaciguado el río de gente, cayeron en cuenta: seguían de la mano, con los dedos en un curioso entrevero. No había lugar para timideces y reparos y la cabeza de ella se posó en el pecho de él. A qué esperar la noche, entonces, desaprovechando su tamaño. Cuando las mironas del aparador con las luces apagadas volvían al eterno insomnio, el matrimonio estaba consumado.
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El viejo aseguró que quien educaba era la Niña. No mentía y esquivaba en cambio el tema de su extraordinaria lentitud para aprender.
Una noche luego de mucho tiempo cayó en cuenta de los motivos de la casa que para los dos construyó ella y la recorrió esmerándose con la mirada. Nichos inimaginables se le descubrieron y luego el verdadero lugar todo.
-¿Cómo no lo pensé?- dijo. -Al modo de las hormigas tenía que ser, una paciencia y una confianza infinitas tras cada ladrillo. Y en ellos, entre un rabiar de colores, talladas, nubes jugando con su gordura, charcos y lluvias, un loro y una gata, palos de mango y limón, un filo de mar y minimísimas flores como estrellas.

VII
Es la la noche de encontrar a la Niña a través de las camaritas. Preparándome, conecto la mía y el que aparece tiene poco que ver con la imagen en la cabeza y el espejo del baño. Prendo y apago luces y sólo los trucos con ellas en algo confortan. ¿Si la fortuna lo permite, cómo será cuando la Niña me descubra en carne y hueso? ¿A qué le sabrá el perfume de mi cuerpo?, ¿y mi modo de andar? ¿y mis rutinas? ¿y los míos y mi ciudad?
Bueno, la reunión es más que improbable y quizás ella lo supo siempre. Sigamos pues muriendo de pasión por el aire.
El dolor dictó la nota.
Días después con urgencia paso una canción a la Niña y no sé cómo subrayar el Cero exageración que la anuncia 
http://www.youtube.com/watch?v=BMEokUjRrKU
Te llevo bajo la piel, sí, ¿o es al revés o al mismo tiempo? En todo caso, tú nos condujiste. Cómo te desabotonas el pecho desnuda.
Nunca más hablaré de la edad. De la mano hasta el último día.
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La Niña y el Viejo son el colmo de la cursilería.
Él le manda una canción, ella un regalito con fotos. Cumple sesenta y cinco el hombre y con el obsequio la noche tiembla alrededor. La felicidad siempre le produjo miedo. Sabios, los años parecen descubrirle cómo mandarlo a volar. Menudo farsante quien prometa poseer a La del closet cada minuto del día. El Viejo sólo asegura que está en el cuarto compartido con la Niña, la llave en la cerradura.
- 0 -
¿Meras ilusiones? Él amenaza darle de nalgadas, ella lo previene con la chancleta.
Dejaron de reconocerse en las hormigas cuando vieron la fotografía ampliada de una: era cualquier cosa excepto frágil. Cambiaron entonces a pulgas. Desde luego hay truco en el asunto: cuanto menos representen, menos necesitan.
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Mientras el gorrión que saluda cada uno de mis días desespera en la ventana advirtiéndome cuán alegre es el sábado, sigo el siguiente consejo sabiendo que a 3,177 kilómetros hacen caso también: "Siéntate ahí y cuenta tus dedos. ¿Qué más puedes hacer…?" 
Hasta la Primavera entiende que ni de lejos puede con todo. Ni siquiera, de seguro, si con suerte por una vez alcanza el verano.
Lanzados del paraíso fuimos y el cielo estará eternamente partido en dos. De ahí la gracia de la libertad y el exilio irreparable.
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Dos nerviosos enanitos cuentan las horas y la veladora que cada uno enciende para que todo vaya bien, es el otro.
-Tienes miedo, parejita.
-Sí.
-Apriétate aquí, pa que temblemos juntos... ¡Eh, eh, no empieces con las cosquillas!

VIII
Dos días antes de tu llegada, Niña viaje, ni abrir puedo la boca, ¿sabes? Hacías la maleta hace un momento y dijiste algo que no para de dar vueltas en mi cabeza.
Que tú eres quien educa, aseguré. Ni idea tenía cuánto. Por esa docena de palabras un gran escritor daría la vida. Para ti no se trata de ingenio: eres el personaje. 
Bueno, de alguna manera estaba preparado. Cuando por las noches resumes el día, cada vez y sin variar parece un cuento. No hay accidente en ti porque así lo asumes todo: producto del azar, sabio que descubre el absurdo en el orden. Sopla, parecería que dices, y se viene abajo, por fortuna, pues sólo así los millones de pedacitos, uno a uno, van a su encuentro para armarse con otros en el momento, entonces perfecto, y recomenzar. 
¿El secreto es el momento, Niña? Anda, dime, y no sigo más con mis tonterías. No lo harás, claro. Los personajes, los muy buenos, como tú, no se delatan: irrumpen. Esperaré a mañana. Cada vez de ese modo, hora tras hora, será.
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Amar, admirar… Las mejores fotos que el Viejo vio de la Niña las tomó él cuando tras una hora ella seguía recordando el patio de la escuela de los once años.
-Eres una obra de arte -le dijo el hombre y por respuesta recibió un mohín.
La joven contaba sus sueños y sus paseos con un detalle asombroso:
Uy y en la tarde… Tengo todo un día en la cabeza, siento que te relataba de todo y pensaba mucho, muchas cosas, muchas calles, muchos años.
Fue un día pensativo. Sí, como que todo lo miraba pero más atrás. Hasta iba como si estuviera escribiendo en la cabeza. Me dije Después cuando llegue a la casa ya lo habré olvidado todo, y es que a veces todo suena bien en la cabeza
Andaba por estas calles pero después me iba como al río, más bien la parte de los viajes largos en la camioneta como pensando en cómo es el profe, con todos los vallenatos que escucha y con todas esas historias del pueblo que contaba. Y me veía en la escena, yo ahí mirando todo y encontrando cosas que no veía esos días, y que a veces no viene bien el ser tan bióloga, porque no puedo mirar una planta sin querer encontrar el nombre asociado, sus caracteres, bueno, los que son visibles desde el bus.
Y después pensé en que no hablaba de los charcos y que a lo mejor perdí la capacidad pa saltarlos bien y claro me mojé los zapatos, y es que no lo había notado porque no había salido tanto, creo. Y empecé a comparar ese camino de noche.
Y otra cosa que pensé es lo distinto que es caminar con alguien porque como iba con mi sobrino, él me quería mostrar un loro e íbamos rápido y hasta me dijo que en una casa había gallos y yo no los había visto.
Así que al regreso venía pensando si el que ha caminao poco por acá ha visto tanto... ¿Cómo será cuando mi Musgo camine aquí? ¿Verá otros pájaros, de los despeinados que lo persiguen, jejeje?
Entonces había tanta cosa en mi cabeza que no se quedaba quieta ni un segundo y por eso creo me dormí en el bus, y me dormí soñando cosas como que estaba en mi casa, jejeje. Y después me puse pilas porque ya estaba cabeceando mucho, jejeje.
Y hubo una parte silenciosa mientras esperaba el bus después del aguacero. A mí me gusta mojarme con agua poquito, así que cerré el paraguas y estaba bajo un árbol que le dicen pico de loro porque el fruto se enrosca, es un pithecellobium dulce. Y lo miraba y miraba el agua en las hojas… brillan y se quedaban pegaitas, después caían. Y miré más arribita y llegó un ave y se llevó una semillita.
Y después llegó una señora y echó al arroyo que estaba a mi lado una ahuyama dañada y se hundió un poco y se la llevo el arroyo y la señora se fue. Y me quedé mirando el agua amarillosa y después a un caballo que en un pedazo desejao estaba comiendo hierba pero como tenía un carrito de esos que les ponen no se podía subir bien, pero después se subió y pensé que pobrecito, eso le debe fastidiar mucho…

VIII
En una semana la Niña cubre cinco veces el mismo tramo de mil kilómetros ida y vuelta. Pareciera absurdo de acuerdo al propósito, y no es. 
No sé los días que la descubrí en unos cuantos párrafos de mi cuaderno, que describen la ceguera del mayor viajero de la historia ante los llanos semiáridos más allá del vergel de donde venía, y el cómo la pereza de la caravana le permitía entender tanto como estaba a la mano de un citadino. Así asimiló en cierta medida al menos el brutal cambio del Occidente al Medio Oriente.
El camino nunca es trámite, ni a lo largo de la tierra ni del tiempo, por más que una antigua confabulación en el discurso convierta a la infancia y la adolescencia en mero prepararse. 
¿Era menos abismo el que en los mil insistentes kilómetros, y sin fronteras de por medio, separaba la costa de la Niña del altiplano de su objetivo final, a veinte grados de latitud tras el mar? Entre una punta y otra, la vegetación, la luz, el universo sonoro, el interior de la gente, no paraba de transformarse. 
Sentía un profundo respeto por los boababs, las ceibas, los tules, las espesuras de marañones, las copaibas, los huitos, pero lo suyo era la mesura de los tallos y flores del trópico seco, parientes de la naturaleza muda para el viajero cuyas jornadas seguía en el cuaderno. 
Se preparaba con acuciosidad para en cuatro horas pasar de su pródiga, pequeña ciudad a a la vista está el océano, a un valle diez grados centígrados abajo y dos mil metros arriba, en que asombrosamente las nubes no corren en un cielo tridimensional. 
Y es que para ella lo que importa es el viaje.    
Perezosos, los sentidos y la razón demandan caminos lentos para andar sobre la tierra, pues de otro modo aguarda el desastre ajeno o propio. No en balde Colón se extravió de sí mismo, negando su obra en tierras donde los ojos le aseguraban hallarse ante milenarias fantasías. Y no por azar sus seguidores vivían en novelas de caballería, con abundancia de amazonas, sirenas, reinos de oro en cuya persecución dejaban millones de cadáveres. 
Viajes externos e internos, momentos del mismo proceso, digo por ahí. 
La travesía de la vida debe ser tan antigua en los relatos como la conciencia de soledad en la especie. Por estaciones solemos dividirla con la guía del cielo nunca uno, diurno y nocturno, de sierras y llanos, de altiplanicies y playas, aquí cuatro y allá seis, siete... 
Puede el hombre o la mujer echarse a los caminos o circular por no más de unos cuantos metros, da lo mismo. Igual hizo el trayecto Ulises que las pobladoras del Arán promontorio entre las aguas, y no menos lo cumplió el paralítico de Túnez que el Battuta que lo dejó atrás al inicio de las aventuras en las cuales multiplicaría por tres los kilómetros de Marco Polo. 
Sintiéndose caber en una nuez, cuando la Niña resolvió traspasar varios tantos el mundo conocido tenía conciencia de que cada paso sería el obligado en un viaje según se debe: arduo, azaroso, de inimaginables maravillas. 
Largos meses tardaría para cumplirlo e instalarse en el misterio, y ya el primer tramo la sobrecogió.
La aventura comenzó muchos años antes y no sólo en el sueño de marchar. Seguro ni siquiera pensaba en otro lugar, carreteras o aviones de por medio. Tal vez no tenía incluso una idea mínimamente clara de su deseo y se columpiaba en la mera sensación, que de inmediato le trajo los caprichos de las nubes, los secretos entre las copas de los árboles, el campaneo de la lluvia en el techo, el sigilo en el andar de una gata, que descubrían el leve vacilar del tiempo así casi quieto en la mirada.
Por eso su renuencia a salir a la calle o el temor a perderse entre la multitud, que ahora vencía. ¿Era la vuelta a los primeros días, a la casa del pueblo, al patio de la abuela, a los aromas de la tierra húmeda?  
No importa si no hago más que acumular lugares comunes. Es una forma de acompañar el viaje de la niña.  
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Apenas detuvo la carrera, el ave de rapiña que aleteaba en silencio cayó sobre la ella. El Viejo conocía de siempre al animal, su tufo y a la distancia trato de espantárselo. Sus esfuerzos resultaron inútiles y sobraban: la Niña era mucho más valiente que él y le bastó un momento para sacudirse el pánico. Lo asombró y aun así esperaba verla llegar temblando. De vuelta, no entendía: nada iba a detenerla en el largo viaje. 
Apenas asomarse ella descubrió el secreto del nuevo, dramático tramo: era un engaño tras el que mundo reanudaría y bastaba seguir las reglas de siempre: pausar los sentidos, en el descubrimiento de cada pequeño detalle revelado por la suprema sabiduría, la de las plantas, que había pasado a ella no en los salones de clase sino como la más antigua herencia de los hombres y las mujeres pequeños. 
Apenas abandonó el aeropuerto la Niña puso los ojos y las manos en las hojas, los tallos, las flores. El Viejo no cabía en su asombro.

IX
Veintisiete años tiene la Niña. Su camino ha sido largo como bien podría atestiguar Dylan Thomas. Apenas cumplidos los veinte, el hombre recomendaba:
No entres dócilmente en esa buena noche,
Que al final del día debería la vejez arder y delirar;
Enfurécete, enfurécete ante la muerte de la luz.
Mi parejita no gusta de la furia y sin embargo la practica -escribió la ignorancia del Viejo-. Parece dócil y es una rebelde irredenta.
¿Qué cómo haremos para sobrevivirnos?, pregunto de vuelta.
Busco con apremio entre el archivo de mi carne en el intento de encontrar siquiera una buena falsa promesa para los dos.
Si frecuento el consejo de los sueños, jamás lo hago con el de los poetas. Esta vez  lo preciso y vuelvo al superviviente que murió a los treinta y nueve porque lo suyo eran las carreras de velocidad.
Al verso que se cita seguía:
Aunque los sabios entienden al final que la oscuridad es lo correcto,
Como a su verbo ningún rayo ha confiado vigor,
No entran dócilmente en esa buena noche.  
Though wise men at their end know dark is right, resulta entonces ahora.
La Niña y yo somos seres de las sombras. Todo lo miramos pero nuestra habitación está donde si acaso pueden verse las siluetas. Sólo cuando el sol se agacha hay manera de distinguirnos el perfil, caricaturizado y de no más de diez centímetros de largo.
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Ciertamente en el tema de la violencia y la Niña, el hombre parecía contemplar el cielo antes de Copérnico. ¿Las recomendaciones del poeta salían entonces sobrando?
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Ahora por fin hay fecha y como si jamás le hubieran pasado por la cabeza, el Viejo olvida los mil subterfugios en los cuales de nuevo escondía el miedo, ahora temiendo que ella no regresara para quedarse, según prometió.
No sabe dónde meterse el hombre pues no hay lugar donde quepa, globo que copia al universo y a una antigua manera para evitar el estallido insufla el infinito.
Estoy en una nube, vuelo, y cosas por el estilo se escuchan en las canciones populares. El Viejo hecha un sonoro erupto al tragarse a UDFt-3815539, la última y más lejana galaxia descubierta y al levantarse de la silla tropieza con cuanto encuentra.
¿O es de ella, la joven mujer, de quien se llena, con el río de estampas que dejó y él por instinto de supervivencia acallaba, sorteando la memoria en los inconcebibles pliegues del pequeño departamento?
En la estancia juntos, el lugar se convirtió en una cueva. El Viejo soñó siempre con eso y ni idea tenía de cuánto se podía. Los días cavaron sin parar y no hubo duda: volcados allí los interiores de ambos, el techo y los muros, las sillas, los libreros, las mesas, en una imagen que tomo prestada de la Niña, exhibieron la capacidad de licuarse para adquirir las formas y las texturas que requerían los recuerdos y los deseos conscientes e inconscientes de ellos.
Tembló el hombre en el pánico de un momento, por un momento sólo, parte de la gracia encontrada.
-0-
Al terminar esta nota, el Viejo se entera de que acaba de producirse un temblor en su ciudad. Así de globo-universo, borracho de Niña andaba.

X
Hay dos partes en esta historia, se advirtió. La última inicia tras el primer viaje de ella:
La Niña viaja siempre, así sea por la cuadra que recorre cada vez a la salida de casa.
Emprendiendo ya la gran aventura de su vida, hacia el fondo de sí a 3,177 kilómetros de donde pareciera debe, de todo se despide: de la casa de la abuela donde fue niña pequeña; del patio de la escuela primaria y el callejón de su primer amor; de la azotea de la universidad a la cual subía a ver el mar; de las fogatas junto a la playa, el jardín botánico, la escuela de artes, las nubes cerdito; de la escalinata, el parque, las canciones, el río; de las amigas, los sueños fracasados y cumplidos; de los buses y su mundo que siempre se repite y nunca es el mismo; de la madre, la hermana, los seis gaticos…
Bueno, eso cree el Viejo, que se detiene para mirar con detenimiento. Día tras día ella registra su dolor, tan múltiple, y él entiende: de todo se despide y a todo va al encuentro en su pasado, en una historia de la que estoy por completo fuera.

XI
Mete el Viejo en el cajón las viñetas producto del encuentro de realidades. A cambio se permite la siguiente:
No paro de encontrarte, Niña, cada vez más donde ni mi encendida imaginación se atrevía. Eres arte, te dije no hace mucho mirándote en movimiento, y apenas ayer supe cuánta razón llevaba.
Debí pasar el infierno para entender y perderme en los sentidos del bosque detrás, con lo primero que ofreciste y no advertía.
Y fue el viento contra el que rabio quien lo hizo posible. Gracias a él la falta de pudor de ambos se hizo absoluta.
Niña arte, parece una exageración, y no es.
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Él supo tiempo atrás de qué trataba el amor hacia una mujer cuando una noche renunció a la suya y consiguió verla por primera vez. 
Ayudado por la edad y por el viento hizo lo propio con la Niña, no sólo conservando el deseo de poseerla sino en la procura del absoluto. 
 ¿Tonterías, si se trataba de seres virtuales? Más fácil sí, sin duda, pero tan real la historia como las sillas en que ambos se sentaban. Todo quiso conocer él de ella y mejor si dolía. No se sabe si alguien había hundido a tal punto la cabeza en la vida de la muchacha, y descubrirla en la desnudez profunda por fuerza condujo al hombre a ésa voraz pasión de la cual presumía. 
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La Niña era en verdad generosa con el Viejo, pero no siempre podía mantener el papel de la película que de tarde en tarde él le contaba sin obligación de vivirla. 
Una madrugada a éste no le quedó más que reír a carcajadas, de sí mismo. Ella había trabajado mucho a lo largo del día y luego de un rato de cine dijo:
-Besame mucho y acariciame... ya me tengo que ir a dormir jejejej.
Ese era el lacónico The end de Los frutos de la pasión del día.
Por la lógica de la historia, al cerrar la computadora el hombre adoraba más que antes a su O -nombre del personaje femenino que reinterpretaba al de una cinta clásica.
Lo hacía a sabiendas de que la Niña no habría respondido jamás de esa forma a sus amores. La interpretación requería justamente de la carencia, la falta, el deseo casi insoportable y sin salida.
A cambio ella podía sentirse segura con él de una manera hasta entonces insospechada. Por eso se avergonzó de la noche fallida y al amanecer miro fijó al Viejo para que le leyera el rostro.
-Sí -se dijo el hombre.- Es un animalito y no soporta la obligación de esconderlo, pues no pocos palos se llevo por ello.
En efecto, cuando la joven se enamoraba lo hacía al modo de una criatura salvaje, sin esciciones, una entera. El Viejo tentó muchas veces las gruesas heridas que le dejaron quienes la castigaban y se castigaban a sí mismos, fieles al diario asesinato del deseo que se les dio en tarea.
Tras mirarla un momento extendió la mano para acariciar las cicatrices y ella le juro amor completo.
En el verano de 2011 los 3.177 kms se borraron y dio principio una película a ratos tan buena como la solitaria de él, en un giro incalculado.
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El filme (jeje) que presenciamos se exhibe en la única sala de la ciudad donde continúan valiendo las viejas normar y así a mitad de la función las luces se encienden como ahora.
Mientras espera la bolsa de palomitas, Ña Lupe le dice a su acompañante:
-Cómo que veo muy raro el asunto.
-Espérate que horita viene lo bueno.
El cácaro se hace bolas, el público ruge de ansiedad y de hambre también y por supuesto, pues nos hallamos en el reino de la injustica, y el suspenso se columpia que da gusto entre las lamparas de la sala de cine. Inútilmente todo, pues las muescas del anciano proyector hicieron trizas la cinta. Detrás está la mano censora del Viejo, quien al fin y al cabo hombre quería ver cumplida cuando menos en el relato una fantasía a la que no se avendría ninguna mujer, quitando las de celuloide.
Según cuentan, el tema salió a la conversación. Al escuchar a ella decir que el género femenino al exaltarse en extremo en el erotismo lo hacía por satisfacer al compañero, él protestó de inmediato:
-¿Entonces porqué la sistemática queja por el pobre cumplimiento que los hombres dan a sus hembras?
La Niña guardó un silencio en el que Viejo interpretó la conservación de uno de los milenarios secretos trasmitidos sólo entre mujeres, y muy posiblemente se equivocó.
Como sea, nunca más volvió él a compartirle los pasionales viajes a solas, dia a día de mayor intensidad, y temió el carnal encuentro que en mayor o menor grado los echaría por el suelo. 
En todo caso, valían las largas consideraciones del hombre en la marcha de regreso al primer día, durante la cual esperaba precisar si fue de a pocos o de un golpe y cuándo, el descubrimiento cada amanecer de las calles en ruinas por la batalla del deseo en la víspera. Los cadáveres se los había llevado la noche para acunarlos entre los millones anteriores, pero las ventanas, el asfalto, el cielo raso de la ciudad por debajo de las nubes, gritaban en sus oradaciones, y la procesión rumbo al trabajo o a la escuela tenía un aire fantasmal.

XIII
-Como no te apliques y torzamos ¡ya!, mira lo que nos espera.
 -¡Ay, Santa Cachuchita!,la mexicana y no la argentina -exclamo-.
"Guapa va a estar la boda y contenta la Niña como si le regalarán toda la selva seca pa estudiarla, cayendo por la catarata ésa."
Con lo que sabe el Belarmo el peligro queda atrás y una vez el río se aquieta, lía un pitillo y por la parsimonia de sus dedos entiendo: toca hablar muy en serio.
-No puedes hacer lo que haces. 
Las explicaciones salen sobrando. Se refiere a la Niña. Ni por un minuto piensa que soy un embaucador y a cambio tiene claro que embauco. Cuelgue o no el cartel, a atole y torta por día la llevaremos él y yo. Sólo para acompañante de lejos puede servirle a ella.
 -Pero hay que mantener la ilusión, abuelo. Mantenerla tanto como la hormiguita necesite y del modo en que la necesite, mientras sigue andando. Por eso escogí el río más largo del mundo, ¿ves? Para estar hasta cuando el paracaídas se deslice a placer.
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Juro que cuando un maravilloso par de ojos me hicieron volver a la calle, las bolsas estaban repletas. Al llegar a la tienda no tenía ni para una promesa. Las tres cuadras de camino -y no la gente en ellas- me esculcaron a conciencia. Cómo atreverse más a regresar la mirada aquella.
El casete, la canción que sigue y uno pensando: De soledad a soledad, la tuya, la mía. El mundo no es como nos lo contaron.
-0–
Con el anuncio de la marcha, la alcancía de su ciudad se dio la vuelta para la Niña derramando los veintisiete años, y a tres mil kilómetros de distancia el Viejo que recibía sólo el temblor tuvo miedo:
-Si no viene ahora no vendrá nunca.
¿Se daba cuenta del daño que le hacía apresurándola? Debió entenderlo cuando en la sala del aeropuerto vio el fantasma de la joven cuyos nervios circulaban por las calles y entre las gentes que dos años y medio atrás él conocía por el vivo, emocionado eco en ella, que los detallaba con una apenas concebible minuciosidad.
El Viejo tampoco valoraba el terrible efecto de sus palabras al protegerse de la vaga sensación aquella. No hubo mala intención al escribirlas recordando una maravillosa novela y dar en un vieja terca herida en la Niña.
A ella no le gustó que la llamara así todavía después de puestos a medio los pies sobre la tierra frente a él. A cambio -siempre a cambio en esta historia- ella olvidaba que las monedas cayeron justo porque había un avión esperándola, y creyó bastaba si volvía a casa.
-0-
Érase un par hormiguitas empeñándose contra la corriente. Finalmente se debieron rendir. Justo el estribillo: "Esa no es la forma de decir Adios". Pero cuando la vida aprieta con crueldad el cuello, a veces no hay modo de despedirse más que con un torpe balbuceo.
Agrega una canción. En ella va la sensibilidad que aprendió de su gente. Habría querido compartirla con la Niña, y el espanto de ésta por la ciudad gigante le cerró las puertas a cuanto tuviera que ver con el país entero.

XVI
Con tal esmero se ocultaba La Niña al exterior, que solía pasar inadvertida para luego quejarse por ello. Apenas cruzaba la puerta de regreso a casa la transfiguración era asombrosa. Convertida en un sonriente animalito corría por los recovecos del pequeño lugar en juegos que la hurtaban a los ojos y los oídos así en suspenso e incapaces de adelantarse a su repentino aparecer, cayendo sobre mi espalda o mordiéndome los pies luego de reptar quién sabe cuánto y por dónde.
En remedo de los gatos, adoración que cultivó ya antes de ponerse en pie, creo, con frecuencia se anunciaba a maullidos, como la tarde temprana en que siguiendo el sonido la encontré parada en el marco de la ventana gracias a la cual la casita, en la comunicación del patio con las habitaciones, circulaba los ricos caprichos de la luz, desdiciendo la sombría apariencia del rincón al fondo de la privada.
Estaba desnuda. La plasticidad del cuerpo no me sorprendió pues se la había celebrado mil veces, y solté la frase por lo común más inadecuada con ella:
-Eres perfecta.
Esta vez sonrío mientras iniciaba una serie de poses que me recordaron una historia de su clase de arte, en la cual le exigieron modelar. Lo hizo y en una sola cosa estuvieron de acuerdo maestros y alumnos, coincidiendo con los no pocos que antes y después la retrataron: los ojos se resistían a todos los empeños, empezando por el color, cuyo negro casi puro azulaba de una incompresible manera.
De ese modo sigue en mi cabeza: inasible.
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Supe que era mía unas horas después de que llegará del largo viaje iniciado vaya uno a precisar cuándo y dónde, cuya primer puerto estaba en mi casita, a tres mil kilómetros de la suya. Lo supe al anochecer por su cara en el momento de rendirse toda sobre el piso de la sala. Sentados ahí concluíamos lo que inició en algún lugar del pequeño espacio desde el cual la recuerdo ahora, con el acucioso estilo de los dos para apropiarnos un rincón tras otro.
Antes y después agradecí a la costa que la crió con tal esmero en la búsqueda del otro a través del placer. Sexo es el nombre del reto que así enfrentábamos, y lo defenderé a puñetazos y patadas pues en ninguna otra emoción los seres nos encontramos de tan íntima manera.
-0-
Luego de la primera visita de ella, ambos entendieron que él agradecería alguna fórmula capaz de seguir alimentando la apremiante memoria de la piel, la boca, el cabello, los pechos, los muslos, el sexo, los aromas y sabores de la joven. Y sobre todo, de la gesticulación del rostro en la intimidad profunda.
La Niña era generosa de una manera incomparable para el Viejo, a quien la pronta separación de la madre de sus hijos le trajo amores por fuerza apasionados, al proponerlos siempre temporales, para nunca más atreverse al mínimo dolor recibido o causado. 
La Ella a secas, arqueotípica, en que la muchacha se convirtió, no tenía obligación alguna de prestarse a los juegos a través de la pantalla virtual, y concedió justamente por generosa y por su encanto en la mirada de él.
Pidiendo permiso, el Viejo tomó centenares de cuadros de la sesión y volvió a ellos una noche tiempo después de que la Niña regresara definitivamente a su ciudad. La borrachera fue formidable porque ella se empleó a conciencia en reproducir la maravillosa expresión del cuerpo y parecía haber disfrutado también el encuentro.
La gracia plástica que en su día le celebraron como modelo improvisada en el taller de arte, siempre a medio vestir la frescura, la calidad lechosa del moreno suave y la para él perfecta línea delgada, ora arqueaba el torso desmayando la cabeza o irguiéndola; ora de pie lo retaba con la boca o los pequeños blandos pechos que coronaban los pezones turgentes en una aureola de la misma rica intensidad negroide de los labios y el sexo exterior, o los hacía perdedizos y por ello más urgentes. A quien no la hubiera visto en sus despliegues le costaría trabajo creer el extraordinario número de estampas sin repetición pasando ante los ojos del hombre.
Se trataba de un animalito pleno de vida y obligado a escamotarse, como supo ya en los linderos de la infancia, expuesta a la animalidad pervertida por las ansias de poder y la trama de boquetes que deja el diario asesinato del deseo.
-0-
Un día el Viejo termina así el relato:
Juro que cuando un maravilloso par de ojos me hicieron volver a la calle, las bolsas estaban repletas. Al llegar a la tienda no tenía ni para una promesa. Las tres cuadras de camino -y no la gente en ellas- me esculcaron a conciencia. Cómo atreverse más a regresar la mirada aquella.
El casete, la canción que sigue y uno pensando: De soledad a soledad, la tuya, la mía. El mundo no es como nos lo contaron. 
Luego escribe:
Érase un par hormiguitas empeñándose contra la corriente. Finalmente se debieron rendir. Justo el estribillo: "Esa no es la forma de decir Adios". Pero cuando la vida aprieta con crueldad el cuello, a veces no hay modo de despedirse más que con un torpe balbuceo.
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¿Al gato y al ratón? ¿De veras se puede jugar a eso luego, a las 10:51 pm de un domingo semanas después de la última paletada sobre la sepultura?
Seguro no hay mayor emoción que la de apostar almas. Pero no importa quien tenga la baraja y cuántos trucos domine, al final no quedará ni un aliento para recoger sobre la mesa. Máxima emoción, sí, pues es la de los suicidas.
Como sea, Los frutos de la pasión que se exhibía en el sala personal de cine no tuvo ya más censura y amenaza convertir en chiste cuanto se haya hecho antes sobre el tema.
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No cualquiera tiene el privilegio de compartir la vida siquiera un rato con la Dama del puerto, el cabello en llamas de ida y vuelta por el río.
Hay muchas viñetas más y el Viejo las guarda, deteniéndose para la conservación del buen final de la historia que lo libera de los desastrosos últimos días junto a la Niña, quien en verdad no se sabe si existió.
Lo hace para continuar en las fotografías de la batalla campal con dos enanos a cielo abierto, que el fantasma de la joven tomó con desgano. 
Por lo demás, no se equivocó al iniciar las viñetas con el Bienaventurados los viejos.
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Sabionda, la Niña mal imitó al famoso griego, viendo el árbol y perdiéndose el bosque de sesenta y cinco años, también en el sexo, que él nunca practicó bien a bien pues la joven le negaba y se negaba a sí misma el acceso a la verdadera fuente del placer, y por las casi nulas aventuras de ella en el reino de las caricias. Así la cabeza terminó imponiéndose al cuerpo, y el hombre, ducho a la vez en materia de perversión, perverso fue.
-Perdona, Niña, donde quiera que estés en la realidad o la fantasía -dice el Viejo. -Yo también gané el derecho a ser personaje. 
"Personajes ambos, pues, nos encontramos sólo en el relato, sin tocar ninguno de los dos la vida del otro." 
-0-
En los cuadernos de aire desaparecieron las señas de identidad de la Niña y un día amable con el recuerdo el Viejo subió una foto de ella. Era parte de las largas series tomadas en los extraños encuentros a través de las camaritas, en los que la joven alimentaba la memoria del deseo.
Había centenares o miles dignas un cuadro, por las virtudes de la muchacha y una quién sabe cuán prolija experiencia en recrearse para la mirada de los hombres a quienes quería o necesitaba.
Llevando a negros el rostro y el fondo, el Viejo aprovechó la perspectiva del cuerpo semidesnudo en perfil y Ella no dijo palabra sino después de que en el registro del cuaderno aparecieran inusuales visitas desde la ciudad costeña. La exigencia de retirarla era lo que el hombre requería para cerrar en la cabeza el círculo iniciado por las sorpresivas fotografías con las cuales terminaron los viajes hasta la ventana de la joven, noche tras noche a lomo de una amable, rabietuda ballena que en el último tramo se embarazaba en los bancos de un río, donde inútilmente las fuerzas públicas le exigían rendirse a punta de metralla.
Más allá de su encanto, las fotografías alertaban hasta el primero de los ingenuos del planeta: exhibiendo (POR AHORA EL PUDOR OMITE PARTES DEL PÁRRFO JJJ) de cuya autenticidad era prueba (…) que acompañaba el desmayo del rostro.
El hombre entendió las buenas razones detrás, siguiéndolas en adelante como un camino hacia el interior profundo de ella, en un rosario de actos similares que culminarían en la casa de él. La impudicia estaba en todo, desde luego, sin faltar las falsas apariencias virtuales, sistemáticas y así reveladoras por partida doble.
El hombre amo y odió el juego que podía conducir a llanas vilezas. El prurito ahora por el retrato en el cuaderno era no la menor, atendiendo al significado oculto, y en todo caso sobró para que se cerrara el círculo en las cuentas mentales del Viejo.
Ahí comenzó el nuevo viaje que quizá lo conduciría hasta lo más recóndito en el par de pequeñas criaturas.
-0-
Ya no soy más el Viejo y leyendo hago uno de los gestos característicos de quien reconoce una sandez propia o ajena, aunque estoy convencido de lo que escribí.
En la pantalla al lado de esta hay una de las fotos del nuevo viaje, según bauticé la diaria práctica durante la noche de comba grande. Apenas se distingue la silueta de una mujer ribeteada en tono violáceo sobre una superficie blanca. El lugar desapareció por completo. Lo hizo con el placer que descubrí ya en las primeras manipulaciones con el editor de imágenes. Al principio buscaba encubrir el armario, constante telón de fondo en nuestros videochats.
Desdibujarlo era irrealizar el mundo todo de la joven, y debía pesarme pues lo amaba instintivamente. De hecho aún no sé si la atracción inicial venía de él y no de ella, entonces emboscada con el esmero automático que comprobaría en nuestros paseos por la calle.
Me pareció una jovencita de clase media sin mayor chiste, exageradamente delgada, que se encorvaba, con el cabello recogido y unos lentes tras los cuales podía escabullir mejor los ojos, su color y su mirada. Universitaria de postgrado, sin falta se retrataba juntos a libros, así estuviera en momentos de recreo.
Su charla era insulsa, de frases cortas y frías, y como bien entendió por una casi inmediata reacción, estuve a punto de olvidar el fugaz, para mí casual encuentro, hasta que mencionó al padre carpintero y en seguidilla al romántico pueblo de su abuelo, una variedad de pájaros tropicales, el río donde solía ir con los amigos y la música que frecuentaba.
La mera colección no habría surtido efecto de no acompañarse por un timbre distinto en las palabras y una larga parrafada que literalmente despertó el caer de una hoja. El demoro en seguirla en su columpio era de gloria y el atestiguar para mí el aterrizaje en un charco no tuvo precio.
Con todo, la atracción permaneció no en la persona sino en el entorno que gracias a la lentitud del relato permitía los vuelos imaginarios, trayéndome los mejores recuerdos de mi infancia y a las gentes a quienes por décadas perseguí con ahínco.
El gusto ácido, paladeable, en mi boca, al borrar los alrededores de la figura en la foto, resultaba del amor que por ellos no se me entregó o se me retiró; de la ira por la llaneza con la que a cambio perdía la razón por otros hombres, y de la libertad que yo adquiría para armar el rompecabezas de aquél mundo, cuyas miles de partes estaban regadas en los cuatro años.

Epílogo
Entre el viaje y el trabajo apenas salgo de casa, no importa cuánto inviten las notificaciones en el teléfono celular o la computadora. Los amigos mueven la cabeza de un lado al otro ante una obsesión que son incapaces de comprender por los simplísimos, obvios motivos: ni la conocieron a ella ni conocen al yo empleado de tiempo completo y horas extra sin paga en estos temas.
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Por supuesto estoy loco y el nivel depende, claro, del punto de referencia… y del momento, agrego, pues está noche, mientras creo distraerme con un juego y a menos de veinticuatro horas de la viñeta anterior, quiero matar a M y la llamo Insignificante, Estúpida irredenta, Hija de Maquiavelo,y no termino con el clásico Un día… porque siendo el Idiota, y así lerdo en los terrenales temas y a cambio en estado de iluminación si de la extrema torpeza o la mera ruindad se trata, no sirvo al lugar común.
Según observan, hay excelentes motivos para gastar un poco más el hígado en la persistencia que mantiene la comunicación con la ex Niña, quien se prepara para el previsible viaje a mi país hacía el cual señalaba no el reguero de pequeñas, entrañables cosas que dejó en esta casa, sino a los simples tres afanosos años de mala apuesta y su cola de dolor.
En algo los compensaría, entendí al acompañarla al aeropuerto. No define cuál es la mejor manera y en el penúltimo momento, ya que no sé cómo recompone hoy la escena, resolvió regresarme al currículum y, ultrajando por enésima vez mi flaca inteligencia, sacó de la manga un acta de amor cuyo manipulación vaciló de tan mala manera, que parecía el mago cuyo remate dudaba en anunciarse entre reglamentario conejo o, prodigio digno del circo olímpico, jaula donde la criatura vivía invisible, conforme podía certificarse metiendo el público la nariz por la reja, para percibir el olor o hasta los bigotes.
Un par de veces por año pregunto si la joven estuvo en algún plazo enamorada de mí. El tema sale del presupuesto, ahora y la mayor parte de los tres años. No era eso lo que buscaba en ella, aunque mucho me habría satisfecho tenerlo, y no añado el desde luego considerando cuánto más apreció el rol de abuelo o pareja que el de novio o esposo. A cambio daría la vida por el de amante correspondido hasta delirio. Tampoco lo fui, a pesar del enorme placer del cual tengo claras cuentas. Su obsesión por la complacencia sino le cerró el camino al cumplimiento del deseo propio, lo limitaba en un grado para mí incalculable. O quizás me equivoco y le bastaba otorgar para recibir, o sencillamente mintió sobre sus historias previas, a fin de confortarme. Fue así, creo en este instante recordando tales y cuales claves, y al próximo dudo de nuevo.
En todo caso cohibió por completo al sesentón que muy pronto encontró refugio en el sexo cabal, de dos. No importa, si en compensación se me dio acceso a la mujer más capaz de ofrecerse, al menos en cuanto logro imaginar. Detectó de inmediato mis inclinaciones, de las que hasta ahí no tenía mayor referencia, y al adelantarse a un nivel lejano a las grandes fantasías, anunciaba materializarlas tarde o temprano.
¿Lo qué extraño es la oportunidad? No. De ir hasta donde yo aspiraba sin pretender que ella u otra me acompañara y sin embargo… la vida se le habría hecho trizas. Por lo demás, tenía buen cuidado con los extremos a los cuales la incitaba una vitalidad inusual. Compartirlos a través del relato fue uno de los secretos de nuestragenuina comunión. La otra queda más que en claro en las viñetas.
Cada viñeta que subo confirma la buena decisión de M al marchar. ¿Le debo disculpas? Sería por vez ya no sé cuántos y absurda, inmerecidamente, de vuelta, pues nadie falló en la historia sino justo lo contrario: la llevamos hasta lugares a los que no muchos se atreven, gracias a ella sobre todo, terca buscadora de sueños, a ratos sin importar el costo también ajeno. Si abuelo prometí ser, a qué las quejas.

Duerme tranquila, Niña, ya no te velo.
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Un día, me prometo, haré justicia a esta historia que hoy debe ir así, inmadura como todo en el viento cuando menos hasta ahora. ¿O no debe buscarse más, si el transcurso fue virtual y resumidos en días los treinta y seis meses de la obra y los diecisiete del epílogo resultan unos pocos centenares? Las cuentas se ese tipo no sirven ni en los términos de la velocidad de la luz a la cual se producen y vaporizan las emociones, ni en cualquier otro de las viejas matemáticas.
La Emc2 M fórmula, saqué a relucir un día para explicar a un amigo lo que entre ella y yo sucedía. Entre broma y risa era fiel al universo en el cual nos creábamos y que por ello podía permitirse paseos por Andrómeda y mucho más lejos o cerca, imposible afirmar, en vez de a la arbolada avenida con su par de camellones por donde nos gustaba ir y venir tras la reunión. ¿Y el hiperespacio no hacía más justicia a ambos y, de nuevo, en especial a ella, cosmos vuelto sobre sí, contra la tradicional falsa pretensión de que una pareja está contenida en sí y en las cuatro paredes alrededor?
El instante, aprendí en la cuna y confirmé luego en cualquier lugar, es una superposición de múltiples realidades cruzadas por un sinnúmero de estímulos y mensajes que están también en la memoria de las paredes y las ventanas. ¿Fuimos liberados de una buena vez y nos extraviamos en la riqueza de lo infinitesimal, tan universo como el en expansión, según reza lo que hace unos años atrás resultaba verdad absoluta y hoy pende de frágiles hilos, si los agujeros negros inventan sentidos del tiempo incompresibles a nuestra mirada, haciendo buena la frase del hombre aquél en pleno siglo XVI: “Nuestros ojos son más anchos que nuestros estómagos, y nuestra curiosidad, mayor que nuestra capacidad de entender. Creemos asirlo todo y apretamos sólo viento”.
La Niña, veintinueve años ahora, ni más ni menos. En un respirar la vida le giró de tres mil kilómetros al norte a tres mil al sur, y eso fue nada en comparación al día que debió abandonar la casa de la abuela o al beso del primer hombre, tres tantos mayor que ella en edad.
No conoceré jamás tus calles, así suba a un avión que me deposite en ellas, pues no sabré cuáles andabas y si del cómo, a cambio sí, el trazado secreto entre ellas me escapará por fuerza. ¿Por qué evitabas en muelle, Niña, pregunta quien desfallece ante el espectáculo de las densísimas aguas que tiemblan en su interior golpeando contra la herrumbre de los pilotes, y las cicatrices de la aventura en los cascos y los rostros, y la borrachera por los aires espirituosos de la sal y la circulación a raudos empujones de ese cielo a la mano con que las nubes costeñas ocultan el inasible de mi valle?
Contesta por ti el pavor en los grandes autobuses de esta ciudad, el mareo incontenible bajando la sierra, tu salir de estampida de los tumultos y la gigantesca plaza por la que yo daría la vida. ¿Sí? ¿O lo hace más bien el supermercado de la elegante colonia donde hicimos la compra para la boda de una distinta forma virtual, y sus pasillos que rebosaban en escupitajos a la pobreza?
-Eres la viajera ideal –te dije muchas veces descubriendo al placer por los entresijos en los que Juan me educó, y ahí están las viñetas de cuando viniste por primera vez y no cabía en el asombro.
Dos semanas atrás enviaste las fotos de tu último paseo en el nuevo país. ¿Quién, fuera de ese rincón del mundo, imagina siquiera el espectáculo que me abrió la boca de par en par?
Cada vez más compresible resulta tu súbito desaparecer, y mejor se explica el cuidadoso sembrado de tu presencia en mi casita, donde todavía ayer descubrí en una caja de medicinas tus declaraciones de amor.
Sesenta y siete años ahora, no alcanzan para descubrirte. Y preguntan por qué persisto en la obsesión que acumula letras y letras.
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Escribo para ti, la que está detrás del inevitable fantasma que el mío conoció. Lo hago con amor así no lo parezca y liberado de la pena por no cumplir el papel que se requería, gracias a tu terca paciencia en la construcción de una morada, como supe apreciar en las viñetas. Espero me reconozcas a cambio las muchas veces en que representé un personaje tan bueno o mejor que el esperado.
De amor es todo cuanto merece la pena y esta historia respondió fielmente a la máxima.


PURPLE RAIN
La conocí al azar aunque ella asegura que no. El ya viejo truco de la foto de perfil para prendarse dio resultado y fue fiel a lo demás. Exudaba sensualidad resulta una mala frase en su caso. Vivo para complacer, dijo, y mentía con conciencia. Para complacerse, sí, y de ese modo al mundo a través suyo.
Desde luego no la pretendería y la edad era, si acaso, la última razón. De intentar tocarla de cualquier manera la magia se rompería y de vuelta agradecí ser abuelo. Mirar, admirar, pensé años atrás al encontrar a la más misteriosa mujer. Con la nueva, la historia tendría que repetirse sin el menor desvío, venciendo las tentaciones, ni siquiera un pasito rumbo a ella.
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Eso publiqué en mi muro a dos días de conocerla. Y la noche siguiente: Imposible no emborracharse de ella. Emborracharse con su cuerpo y la sugerencia que hace de él; con su descaro y sus historias descubriendo a una mística tras una criatura que valía su peso en oro del erotismo.
A la próxima: Bastó escuchar su voz para que terminara de enamorarme perdidamente. El volcán se volvió niño y jugaba.
De agregado iba mi auto advertencia: Las reglas no se alteran un ápice. Sólo habrá mágia a distancia, así ésta ahora no sea mucho mayor que el alcance de la mirada. Que también, y en mucho, de eso está hecha la vida, ¿verdad, Emi?, ¿verdad, Sebas? El abuelo, como ustedes, el columpio en el parque, la pelota que rueda...
¿Vendo la trama, pues la historia ocurre entre el primer comentario y el que no es el último y podría en beneficio del relato?
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No fui yo quien la buscó y sí en cambio, reconozco, el que dio marcha atrás en la decisión de cerrar la cuenta, apenas vi la foto en la solicitud de amistad. El cabello negro se recogía dejando algunas ristras al vuelo para completar la oferta a su sorprendentemente pequeño y por eso significativo mundo virtual. Miraba hacia un lado, como convenía al juego desprecio-invitación, y la carne de una extraordinaria frescura se volvía irresistible exhibiendo en el escote de una blusa campesina cuánto la maceraba el amor.
El secreto se escondía en los ojos y la boca, de los cuales yo no tendría el brillo, el sabor, el pajareo; en consecuencia, secreto martirio, muy conveniente para la historia y para mí, creo, en tanto amo  absoluto de la fantasía (creo, nada más, y gran cosa la duda se agría si hago cuentas a lo macho: faltarme también el aroma de cada rincón en el voluptuoso cuerpo, por ejemplo).
Y pensar que esa ella nació por un rechazo... San Juan de la Cruz se me vino a la cabeza en sus intensísimos viajes pasionales con el Dios en el cual no creo, como en ningún otro. ¿Porque a qué rechazo respondía la joven de veintisiete años?; ¿al del hombre a quien envió furiosos correos de despedida, o al primigenio -en el nombre del padre, inicia la bíblica oración?
Las dudas no salían de mí sino de nuestras conversaciones. Ella sabía, supo siempre quizás, que pasó de cero a cien por un amor superior al que estaba a su mano.
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-¡Tu foto de regalo, tu foto, por favor, deja que la ponga! -le pedí en silencio para no tocar el tema jamás de vuelta, fuera en la forma que fuera. Cómo compartir la gloria de ese instante al derramarse entera sobre el mundo.
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Eres un ángel que cayó del cielo o un ser cósmico que me generé bastante bien y quiero llorar de alegría -dijo. -Viájame y úsame, que para eso estoy. Te confieso, no eres el primero que lo hace.
¿Me aprovecharía de ella, yo, el Abuelo?
Después de eso empecé a llamarla Little Susie (por la canción que suena: Dead Flowers, de Rolling Stones).
Para sus amigos puso un vínculo a este cuaderno, y hubo el casi obligado diálogo en el viento.
-Esa es la pobre versión vista desde el abuelo. Y la buena, la que contará T.
-Esa T es una loca que te pidió limosna para el alma en el nosocomio donde diste una plática jaja.
-¿Tú qué sabes de la vida, si no conoces a T? -escribí con un clásico jjj final, y no reía: la frase era precisa y me la dirigí: ¿Tú qué sabes de la vida, si no conoces a T?
Apenas unas horas antes fue que escuché su voz por primera vez. Las letras en la pantalla tenían un tono grave, por una probable deducción del metro setenta y nueve de estatura que impresionó al hombre en todo pequeño que soy. Leí mal, claro, si desde el inicio anunció una alegría torpe, en palabras de ella. Campanilleaba esa voz, por sistema entre risas, sin mesura alguna, en una instintiva celebración de hasta lo más insignificante, golpeando contra la gente, los muebles, las paredes, ni más ni menos que los alocados brazos, piernas, caderas. De pájaro celebrón, era.
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La película transparente entre sus dedos, ofreciendo porque estaba agradecida y sentía mi agradecimiento: por la existencia y ya, los dos, cada uno en su mundo, absolutamente irreconciliables entre sí, y entonces ideal complemento.
Ambos continuábamos nuestros días de empeños, de entrañable bisutería del trabajo y el hambre, y amores. Yo en eterna remembranza de la Niña, y ella... ¿cómo saberlo? Me lo contaría en el momento mismo, de pedírselo, y no queríamos. De su historia amorosa se trataba todo.
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Gritó la alarma de la página. Era ella exigiendo que pusiera una canción.
Ya estábamos de nuevo en el universo Purple rain, que así quise llamarla también. Yo existía sólo cómo cuanto deseaba: sentidos pendientes de ella, y una duda: ¿me castigarán Dylan y don Eleni por la música de esta viñeta? ¿A quién le importaba, si volvía dentro de ella, a su vientre, sus venas, por las terminales nerviosas, los circuitos del cerebro y más allá?
-Anda, sigue enloqueciéndome de placer -pensé entre la borrachera en la cual vivía desde tres días atrás.
-¿La verás alguna vez? -preguntó el único amigo a quien contaba la relación.
-¿Verla?, si la poseo todavía mejor que con la boca entre su sexo.
¿Calladamente el Abuelo confiaba en una trama que lo llevara al paraíso de la Purple.
Entonces de la ventanita del chat se puso a fluir un río de letras y tuve miedo.
-Debemos empezar un algo, no sé qué, para no robar tus historias - le dije, y mientras, para mí. -No en balde te autonombraste el Idiota: a su lado la noche más tímida sería un cielo un millón veces multiplicado, en comparación a tu borrachera virtual.
Su potencia me rebasaba de una manera brutal. Era un estampida de animales y yo una brizna de hierba que contemplaba con azoro el espectáculo rogando sobrevivir a él.
Di click a las listas de reproducción y fui por lo primero a la mano, para volver a mí.
Cuando más miedo tenía nos encontramos a través de lo más natural: el humor.
Al marcharse a dormir, sin palabras le prometo: haré cuanto sea, excepto vulgarizarte, hermoso ser.
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Tu vida, la mía, por la cuál no te interrogarás ni un segundo y es lo correcto: cumples el papel de personaje, como a su modo la Niña cuando hace no mucho y para una larga estancia, en su caso también de cuerpo presente, llegó por aquí mismo con veinticinco, tropicales años. ¿Me preparó para entenderte o fue Mía, justo de tu edad, poco antes, y sus caderas-marea, parecidas a las tuyas? El de abuelo es un oficio, ¿sabes?, así se enrede en el más rabioso entrecurzarse de pieles. Contigo lo practicaré a lo San Juan de la Cruz y a lo T, porque los dos se licuan en espíritu... me parece. Misterio de arriba abajo, querido Volcán.
En fin, como la Niña, como Mía, como yo, quedas atrapada en la letra. En cada interpretación tendrás una vida sin registro en tus días y quienes la escuchen no precisarán si en verdad pisaste las calles. Tampoco nos importa, ¿no?
Hasta mañana, pues, se despide quien decidió ser tu esclavo invirtiendo la película que así quizás ajuste a tu maravilla.
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Pasa un día que es larguísimo y no por la falta virtual de ella, el volcán-estampida con la cabeza y algo más metida entre sus recuerdos y un teclado donde registrarlos hasta lo infinitesimal; no por falta de ella, pues, sino por sobra en la pluma ventosa, digamos, casi sin pausa durante veinticuatro horas.
Cada uno presumiendo al otro en vaya uno a decir qué boba calma, cuando a las ocho con cuarenta y dos pm se encuentran, a gritos resulta la cosa. Por fin entonces el teléfono y el peso de ambos mejor percibido.
Como todo pleito, el primero le sube el volumen a la flama.
Gracias, conductora del tren bala que a cada uno a su modo nos lleva casa la chingada jjjjjjjjjjj –escribo en el muro. -Mis respetos, hermosísimo ser. Y tú, galleta de la suerte, ahí te debo una borrachera con champagne, que tu mensaje llegó justo a tiempo para de amanuense volverme arcángel. 
Con un gesto de alivio contesté su reclamo por veinticuatro horas fuera del mundo con su obsesión. Poco antes resolví continuar el trato exclusivamente para ayudarla, agotado de intensidades erótico amorosas que de paso no tenían detrás a una mujer en verdad más o menos perceptible. El conocimiento de las almas era un privilegio que por fuerza se esfumaba sin el sustento de lo mundano. Ya no me sonó absurda la vieja frase de la cuál se burlaba mi juventud: ¿Estudias o trabajas?, para una segunda implícita en ella: ¿dónde y con quién?
Para variar vivía en la luna de Valencia, como dirían mis padres y su gente. A borracho de amor, una botella entera y de golpe. Cuando colgó, del auricular se vino al suelo el sueño de un descanso. De aquí hasta que me muera, estuve a un tris de pensar.
Y aquí estoy, a las diez cero uno pm., registrando, y a las once con quince y las doces treinta y tres, en que agrego y agrego... Y no la tendré ni una sola vez... si bien, digo para la noche a través de la ventana, para la canción del Don y el runrún de refrigerador, algo insinuó la Purple, o mejor, Rain; algo con aire de promesa, hecha desde el primer día sin que me diera cuenta.
No aprovecharse es la máxima, mía y tuya, Volcán.
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Fabular se llama el juego de los viejos, los magos y las Niñas -en plural, por más que la mía sea modelo exclusivo-. El amor que te tengo, ahora lo ves, ahora no. La última función debe pender de algo más que de las mil fantásticas cosas de todos los días.
Hasta mañana, Purple Rain Volcán.
Sí que elegí bien la canción final: 
Well it's all right, riding around in the breeze
Well it's all right, if you live the life you please
Well it's all right, even if the sun don't shine
Well it's all right, we're going to the end of the line
Traveling Wilburys
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Al día siguiente el libro de la joven iba a todo tren.
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Si por una ley que Newton no quiso revelar en respeto a las hogueras, la pasión en el Viento anda a la velocidad de la luz, con la Purple fue a lo agujero negro: asomando, se consumió. Basada en nada y en todo, en esta oportunidad creció casi sólo dentro de mí, bien alimentada por ella no importa si en el Juicio Final lo niega. “Casi”, aclaro, pues por fracciones de cíber-segundo, mística como era, se rindió al arcángel en el cual su galleta de la fortuna y algo más me convirtieron.
Lo que viniera después -hasta, quizá, matrimonio con formal oficiante y campanas repicando- era una historia distinta.
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El penúltimo día, de tener razón la Biblia, me asomé al balcón y pregunté al vecindario:
-¿Alguien vio por aquí a mi tormenta…? No, todas las emociones están en pie. Voy a buscar en la pulcata Mi Interior.
Bromeaba y no, despertando de la siesta sin tiempo para llegar a una cita de hora muy precisa, si tomaba un baño antes, claro, pues seguía vestido tal y como la encontré cinco días antes.
Despidiéndose al mediodía dijo que volvería en navidad, seis meses más tarde, entonces, y ya en el propio balcón encontré una manta con su letra:
Uuuuummmmmm qué rico se está poniendo el bisnes ¿erótico o porno es? cómo diría la T jajaja.
Se refería a nuestro cuaderno de aire, y toqué a su puerta.
-Voy a salir siquiera a la Gran Avenida –y viniéndoseme al recuerdo una fantasía con la Niña, agregué-. ¿No te pones tu minivestidito negro, me alcanzas y sentados en una banca bajo los robles…?
-Jajaja, ni me digas. Los grandes recuerdos que me traen esas bancas.
De tener una pistola virtual ahí mismo habría quedado la en ese momento Rain pura.
Cuando un par de minutos después solicitó nuevo permiso de modo de regresar a la cueva donde cultivaba la memoria, mis ojos mentales contemplando su marcha eran miel.
De vuelta requerí al Don, con la misma canción con la cual recién había hamacado el dolor por la Niña.
Qué tino tuve, nuevamente.
Propuso un cómo para sus memorias. No cabía duda, era una escritora natural.
Al “esclavo bueno” que inicié y no venía de la imaginación, quiso darle un traje y pasó la canción de aquí abajo. Apenas le di iniciar apliqué el silenciador ante la flamigera mirada del Zimm -¿no es cierto, Don?; el jeje viento, real bisutería, sale sobrando ahora.
En su carrera hacía a un lado los estorbos de mis palabras.
-Obsesión, amor, locura, de todo va a haber. Me paso todo el día recuerde y recuerde y escribe y escribe.
Mis focos de alerta prendieron de inmediato cuando habló de animarme con su sexualidad. Mi reino porque así sea, decía uno, y el otro: ¡cuidado! Se los mostré para que calculara el riesgo.
Fiel al ¿Tú qué sabes de la vida, sino no eres T?, escribió:
-Tranquis, que no te estoy ofreciendo nada, que pa eso tu ama y tú el esclavo. 
Ahora tocaba responder:
-¿Tú qué sabes de la vida, sino eres el Abuelo? En la mañana te dije que jamás nos veríamos, no importa cuánto insistieras. Me refería a las calles, a mi casa y donde fuera, sin faltar los chats y los teléfonos calientes y las videollamadas.
La pelea fue en serio esta vez, cuando menos de mi parte. Ella, personaje a fin de cuentas, no volteaba a mirarme.
-Te contaré algo, toma nota y no hables, que me distraigo, amigo -dijo y cerré la ventanita regresando a las ocurrentísimas charlas con mis entrañables amigos, a quien ella sacaba entre tres y siete años y eran barrio en bruto y no la periferia con falsas aspiraciones que escuchaba detrás de la T pantalla.
Paró, pregunté si había terminado, dijo que sí y que pasáramos a algo más de verdad. Una docena de líneas luego volvía ya a la historia de Dr. Pasión.
-Faltan cinco minutos para que, como hacía al ver su foto en la solicitud de amistad, liquide la cuenta -pensé consciente de que no sería así pues ella con justicia se llamaría a engaño.
Una hora después vino la ascensión al cielo:
-Tu cabeza cabrá por mi vagina? Jajaja.
¿Era una para abuelo-esclavo variante de sus habituales faenas con los cíbernovios, que detestaba y le rendían a cambio los nada pobres réditos de la urgencia por ella y el poder sobre los hombres? Vaya si conocía yo el tema, de la Princesita de mis quince años a la Niña, pasando por la Mujer del Piano, P y Mía, en un rápido, mental repaso.
-Guárdate la muleta, Purple, sin Rain hoy. El toro Esclavo, con el número sesenta y siete en los costillares -y así Dios y el Diablo según tus libros- es fantasma. Nada te debo, nada me debes. En este negocio las sumas y restas se hacen día por día y en cualquiera descuido nos mandan a la quiebra. O como dijo mi abuela: El que quiera peces, que moje el culo.
Alarde de macho en celo y a solas fue ése, sabes bien, Volcán, Tren Bala, Estampida, que ya no atino cómo llamarte, además de por tus dos nombres y sus personalidades alternas. Es sólo que si el híper lo inventaron para viajar a la velocidad de la luz, y si tus veintisiete años no dan para que te pariera la marea, ¿quién del Olimpo o una cosa por el estilo fue el que dijo "Para mandar sobre el tiempo que vuela, esa"? Cada uno de tus días cuenta siquiera un semestre mío, y cuando yo apenas despierto, ya te vestiste el pijama de la próxima noche.
Caras bonitas vemos, grandes mujeres no conocemos, pongo en el muro antes de ir a la cama al fin.
Anda, T, ríete, por fa.
Cuando vengas por la mañana encontrarás al cuasi setentón que seguirá ayudándote con el libro por entero tuyo. No te sientas utilitaria: también saqué para el mío.
Doy de baja el blog que creé para sus memorias eróticas, que al principio le produjo una histérica desconfianza y después amó. Por lo tanto tengo la libertad de incluir aquí las pequeñeces que se me ocurrieron para vestirlo, con minimísimas alteraciones y el propósito de guardar la identidad, como hasta ahora. 
Imaginemos una página en tonos púrpura, como ella quería. Empezaba así:
Como toda ama, la dueña de la página presume estar muy ocupada y ordena a su esclavo la decoración. Entre la señora y el blogger que se puso loco hoy, puro fracaso el mío con el tema. 
De momento imagínense un fondo muy Almodóvar.
Esta es la historia de amores de la MM -¿recuerdan los chocolates?-. La cuenta ella con ayuda de su esclavo virtual, que se ganó luego de una noche de conquista.
El relato va aquí mientras trabajamos. Después estará donde merece. La canción la escogí yo y no es de las acostumbradas por ninguno de los dos. Tiene sentido para mí pues conforme leía a la joven de veintisiete años, la nombraba de muchas maneras.
Por supuesto no incluyo ni una línea de los textos de la joven, que sin duda y pronto, con una modesta colaboración mía o no, serán un éxito editorial.
Me permito exclusivamente reinventar uno de los cíber acosos a los cuales convocaba en fotos con una sugerente tanga por único uniforme, pues así debe considerarse: ropa de trabajo para el oficio de transformarse en la que el hombre de su vida deseaba y cuya incumplida imagen provocó el intolerable dolor del cual MM huía.
-Te la mamo mamasita?
-Primero deja ver qué portas.
-Nomás no te caigas patras como ves?
-Perdón, le pusiste a la cámara "disminuir"?
-Porque dices bebe?
-De veras es todo lo que traes en la mano (de póker, quiero decir?) Pago y mato -concluyó ella el asunto con una foto de BWC, derivación de las famosas cíber siglas: Big Black Cuck, que en este caso resulto una White sacada de una web porno.
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En velocidad, la intensísima semana que va aquí es el viaje galáctico de sesenta y siete años acostumbrados a cielos, extratósferas y un largo, delicado, sin par paseo por la Vía Láctea, pues no en balde viviré en el vientre de la Niña hasta la tumba.
Y es también el de quizás mi mejor papel como abuelo, quitando a los nietos, desde luego.
El pago viene en forma de esta viñeta y de la revelación en el último instante de qué tan sí misma puede asumirse una mujer, M, destinada al fracaso interior.
Cuando parece que todo terminó, todo empieza. Desmiénteme si te atreves, Purple.
(Sin falta en el híper, los abuelos, los magos y las Niñas: el amor que te tengo ahora lo ves, ahora no, quién sabe si alguna vez existió... y ni a quien interese, digo yo. En buen cristiano a eso se le llama "Estimulación de los órganos genitales con el objetivo de...")
Miente siempre, dice una máxima de los grandes escritores. Eso se vuelve paradoja estando en el viento, que es mentira por naturaleza. El autor sacó un encomiable partido esta vez, pues ni quién ocultara la real historia desde su primer momento: cada uno por su parte, T y el Abuelo, necesitaba con urgencia un texto. El cíber casi exigía el engaño de los dos.
Hace ya medio siglo Marshall McLuhan escribió: el medio es el mensaje. Hasta que no aprendamos el auténtico sentido del virtual, circularemos por él dando palos de ciego y lastimando a los demás.

Las niñas y la música
De nuevo desde su puerta al patio de la privada Natural, como la llamé después, dirigía la vista sin rubores a mi ventana. Creí comprender, pues no era la primera vez que experimentaba la sensación.
Haciéndome viejo a solas me di a grabar pistas de música en mezclas semicaprichosas. De un poco de todo había en ellas, que luego escuchaba sin pausa a lo largo del día.
El departamento donde me inicié en la práctica tenía ventanales a la última, casi desierta cuadra de una avenida con un camellón que presidían hermosas palmeras, contento de los pájaros apabullados por el tráfico de un poco más allá.
En el edificio de tres plantas habitaban dos parejas, una mujer madura y agria, un solterón de costumbres deleznables, una joven cuyas ocupaciones eran un enigma, un par de familias y una decena de autos en cajones que al fondo se abrían al cielo.
Una tarde al salir encontré en las escaleras a dos jovencitas fumando en los peldaños próximos. Me pareció una escena muy poco edificante, en la que presumía a padres autoritarios y niñas sin respeto por los demás, pues siendo fumador empedernido odiaba las colillas arrojadas donde dios daba a entender, y ellas no tenían a la mano nada semejante a un cenicero.
Bajando tuve esa sensación de ojos que se clavan en la espalda, y no me tiré a loco pues entendía la intriga o la incomodidad que podía producir alguien tan exótico como yo para el lugar.
La segunda joven, de origen oriental, no vivía allí sino detrás del camellón a la misma altura de la familia de la primera, un piso arriba de mí, y con frecuencia asomaba para a gritos comunicarse con la amiga. Hábitos de adolescencia, un poco demasiado ruidosas, pensé,porque trabajando junto al ventanal, la voz de la vecinita arriba prácticamente hablaba a mi oído.
Había una especial calma la tarde en que, con aquella misma cercanía las espléndidas percusiones de una de las cintas empezaron a acompañarse con palos de batería. Me asome: eran de la joven.
En adelante ella y su amiga olvidaron el pudor en las escaleras a mi paso.
-Sí, venimos a complacernos con lo que pones, ¿y? –decían sin decir.
En adelante ella y su amiga olvidaron el pudor en las escaleras a mi paso.
-Sí, venimos a complacernos con lo que pones, ¿y? –decían sin decir.
El juego subió de volumen. Ora trataba de llamadas por teléfono con un descaro absoluto, porque la japonesita hacía alarde de su aparato por la ventana y el diálogo a través del auricular se divertía entre risas:
-Dile, no seas tonta.
-¿Cómo crees? Va a pensar que soy una depravaba.
-Semos...
Ora el juego me dejaba en penumbras para, luego de inútiles intentos de que los fusibles automáticos reaccionaran, hacerme bajar al manual del estacionamiento, mientras el par de piernas corrían sonoramente por las escaleras. El drama que armé terminó el negocio.
Natural, en su puerta al patio de la privada, no era una mariposa alocada, como las predecesoras, y ahora recibía de vuelta el regañó de su compañera, quien ni el saludo me devolvía a pesar que por meses usó mi red para conectarse el hiperespacio.
Natural miraba vacilando de la vergüenza a la fascinación, sabiendo que cualquier día, como sucedió…
-0-
Ahí detuve la narración en el muro virtual, que no se sorprendió en absoluto, familiarizado con la puesta en escena de mis cuitas y mis parabienes a la vejez y sus privilegios, que nadie podía ni tenía ganas de precisar cuán reales o fantásticas eran.
Al despedirnos con la intención una mañana, cuando Natural volvió al interior de su departamento, con asombro me descubrí pensando:
-Es mía aunque no la posea, pues la merezco. Cada vez luego al encontrarla frente a frente o con la mirada distancia, ella abandonaba la protección que los espacios de nadie le exigían, demorando el momento en su paladeo.
La amiga estaba ya al borde de un ataque de nervios por la relación platónica, cuando se produjo un afortunado accidente. Entre a un cibercafé en el momento en que la muchacha saldaba la cuenta, y me destinaron la máquina recién desocupada por ella. O era un desorden con un par de piernas o le ganó la prisa, y dejó la máquina sin cerrar las páginas en las que navegó. 
-Menuda joya virtual resultó la mosquita muerta –me dije ante el despliegue de promiscuidad en la pantalla.
Las webs de dos redes sociales y de uno de sitio para citas, relataban tal intensa historia sexual-amorosa-, que hasta mi prolija experiencia se ruborizó y en una suerte de reflejo condicionado salté de la silla como de una cama orgiástica donde todavía escurrían los flujos del placer.
Entonces caí en cuenta: la “imberbe” me odiaba por dar de baja la línea de internet.
Y Natural...


LUZ
La noche joven, el teléfono que suena, una voz esforzándose en no atropellar con la potencia detrás de ella.
-Soy Luz, ¿te acuerda de mí?
¿Cómo no acordarse aunque apenas le conocí la voz cuando unos meses atrás no se llamaba así, ni tampoco ahora, pues para ustedes al escribir le adelanto la fe de bautismo que le daré mañana viernes. En aquél entonces y conociendo mi magra salud mental, hui de la que de momento falsamente, ya se vio, nombro como nombro.
Correr, digo, y el verbo es impreciso para la reacción a la negativa que de la joven recibió mi silencioso reclamo tras siete días justos de su convocatoria a un viaje por el cielo y el infierno. Dramatizo, la semana fue un palidísimo reflejo de lo que sin yo saberlo iniciaba la nueva llamada de ella, y miento al mismo tiempo porque del mero encuentro del paraíso se trataba esta vez -y eso es mucho decir, luego de Triple Equis-, al menos hasta hoy, sábado, cuando Luz recién se marchó de mi casa. ¿Tengo miedo? Sólo de que no vuelva, y es absurdo: tanto como yo se hundió en el placer.
Al teléfono guardé un inquieto silencio, pues si en las palabras de la joven sólo podía caber un objetivo, las alternativas eran varías y a mis ojos vagas.
Me detengo sonriendo por la minuciosidad del relato, absurda para el momento ya que entre los dos la única comunión era el recuerdo de tan breve tiempo, no importa cuán intenso lo hiciera el hiperespacio. La razón son las ¿veinte horas? -¿fueron más, o menos?- entre el viernes y el sentarme ante el teclado.
-He trabajado mucho en la obra y no puedo sola -dijo.
Advertido, dejé que siguiera, contra mi convicción de estar equivocada: requería un replicante y no más, pues tenía una historia madura y facultades de sobra, así no hubiera tocado ni una vez las tablas.
-Qué enorme esfuerzo haces, amiga –pensé-, para atreverte a la llamada luego del triste resultado anterior. ¿Te mueve también tu figura en mi espejo? No, si nada represento, ¿o me equivoco? Las relaciones virtuales dejan ver tanto y tan poco…
Ella seguía el monólogo que sin duda preparó al detalle:
-Así que te tengo una propuesta.
Empecé a entender, y era fácil y no. Hacía mucho aprendió el manejo de la complacencia sexual, parecía decidida a un giro drástico, yo no le agradaba por la edad, la estatura, vaya a saber cuánto al contemplar mis fotos… y me temía, no comprendo aún bien a bien los motivos, considerando que a nadie más le provoqué algo semejante en una larga vida. Si bien, reflexionando un poco, recordé el gusto al reconocer su temblor en el par de ásperos choques que tuvimos. ¿Lo percibió?
La situación era totalmente absurda, por ambos; quise colgar y me detuvo lo obvio: de hacerlo remataría en eco la batahola de emociones que la decidió a marcar y que tenía a las espaldas una gran disyuntiva: rendirse o trascender… a todo.
Mi condición encontraba con bastante frecuencia a mujeres en circunstancias similares. Quizá se debía a la paternidad que asumí como un hermoso destino natural, no importa cuán bien o desafortunadamente lo cumpliera.
¿Era hora de interrumpirla con un Te ayudaré sin reservas, no sigas más? Pensaría que le tendía la trampa. Así reaccionó la noche en la que no aguanté más y rompí el vínculo.
La tortura, pues, no la sufría sólo ella, y no dejaba de ser una tontería.
Qué fácil me doy a la mentira, reconozco, si paladeaba cada segundo del silencio al escucharla dirigirse aprisa adonde mis fantasías me habían llevado durante la semana aquélla y después, hasta apenas unas horas antes del repicar del teléfono, cuando repasaba un par de fotografías que me pasó, según ella tomadas durante nuestras charlas por la red. La primera era de su rostro en pleno orgasmo, y la otra, de su mano con la transparente, gruesa película muestra de que no mentía. Las aprecié como una inmejorable prueba de confianza, generosidad y artero truco, por sí y porque, de creerle, multiorgásmica como aseguraba ser, no le habría costado obtenerla.
Asombroso que dos personas en esencia honestas y en persecución de algo menos huero que las ofertas a nuestro alrededor, de una u otra forma sostuviéramos una pelea tan ruin, en la semana de marras y el viernes,pues de eso trataba nuestro diálogo a contrapunto.
Relato erótico, afirmé; acumulo casi puro impulso destructivo y ni hay falta de corrección ni renuncio a lo realmente en juego: la intimidad profunda.
Resumía aprisa las incertidumbres de su trabajo y comenzaron a aparecérseme las imágenes de las fantasías con ella, a tal grado tangibles que podía dedicarles horas enteras cada día. Dos jóvenes semivirtuales, A y B, habían servido de estupendo curso preparatorio, en una mezcla de buenas intenciones y utilitarismo, empujadas por mi perversión, cuyas puertas abrió a su vez una pareja amorosa de pura carne y hueso: C.
No cabía duda, era un adelantado en travesuras mentales con el sexo. Muy lejos llegué con C. Iba a escribir “ya”, como si luego progresara en el género, y estoy seguro de haber llegado a la cima con ella. No viene a cuento detenerse en anécdotas, pero siquiera para mí es necesaria la remembranza de seis años de un continuo progreso en literales embrollos donde había un solo límite: no comprometer a terceros, de ninguna manera o al menos en presencia de ellos. Lo hicimos de manera creciente entre la sorda violencia que nunca llega a las manos y resulta más agresiva que los arañazos y las patadas. Me prometí reservarme hasta la muerte el momento cumbre de la perversión, en el cual no participé y fui el beneficiario mayor. Diré sólo que no imagino un evento sexual superior en la exhibición de la bajeza. De la misma magnitud, sí, millones, sin duda, y no hablo de una violación, o no de una tradicional. Por encima, ninguno.
Al convocarlo, pues eso hago en el sillón ante la pantalla, es para extraer su más neta enseñanza: el encuentro del otro en la pureza del dolor concluye en un amor depurado. De haberse podido lo que no se nos dio a los humanos, el designio de la experiencia cuyo horror C se negó a reconocer, era que hiciéramos de la mano el resto del camino, lamiéndonos uno a otro el laberinto de heridas.
En fin, parece que estoy decidido a convertir el relato erótico en un calvario cuando, con el perfume del cuerpo de A filtrando los entrepaños de mi casa, de luminosidades iba el asunto.
-Necesito tu ayuda, a huevo –dijo la voz cuyo origen encantador se me escapaba. –Y no digas nada, porque no fue fácil decidirme a lo que estoy haciendo.
¿A quién hablaba? era una duda sensata, que por ello el último día le aventé lo mejor de mi repertorio de la rabia y la bloqueé como cíberamiga: no me veía en absoluto, como quedó claro en los absurdos comentarios sobre lo que cualquier entendía de mí apenas conocernos en el propio hiperespacio.
-¿Puedes decirme cuántos hijos tengo? -le pregunté cuando a los cinco días yo conocía las historias, los retratos y fragmentos de las charlas con los amantes que tuvo. No respondió ni se llamó a sorpresa, a pesar de que quedé en el papel de X, el amante sugerido por mí y entonces nuevo personaje central en la obra para cuyo desarrollo vino a buscarme sin confesarlo sino luego de que pidió viera sus álbumes, en los cuales posaba semidesnuda.
El diario asesinato del deseo fue la frase afortunada que en la despedida a Mía resumía lo que se me descubrió en los años de padre paralizado por el miedo en un departamento donde durante años seguía con acuciosidad la vida del vecindario. La frase nos la aplicaba a los dos con subrayado en ella, quien me preparó para Ana, pues ambas pertenecían a las clases medias con aspiraciones falsas o ciertas. De ellas yo tenía noticias reducidas a la distante observación de la nueva sociedad que venía construyéndose alrededor desde un cuarto de siglo atrás. No es que no existieran antes, sabía bien como niño crecido en uno de los fraccionamientos a través de los cuales la ciudad de los años cincuenta celebraba la modernidad por fin al alcance de la mano.
En un descuido, con azoro fui encontrando colonias de pretensiones distintas a las de mi infancia y mi juventud. Eran una plaga y había en ellas algo todavía más oscuro.
Perdonarán las veleidades del oficio de historiador al que me dedico, y les aseguro forman parte insustituible de la historia aquí en curso.
A la manera de Luz, Mía era una aguda conciencia de fracaso, producto de los desmedidos sueños de sus padres. Si el sexo estaba en el fondo de los individuos y la sociedad, en el par de mujeres resultaba una apabulladora desviación.
Casualmente la primera de las dos jóvenes me educó también para recibir a la segunda en otro tema fundamental: el reino de las caderas.
Mía odiaba su cuerpo por estúpida, dan ganas de decir, y el verdadero motivo era la estupidez de sus padres, perfecto ejemplo de las clases medias aquéllas. Había una cierta distancia entre el uno sesenta y seis de altura y la perfección estética de la cultura al alza, pero no suficiente por sí sola para volver depresión y angustia crónicas a la más inteligente mujer con quien topé hasta siempre, de seguro. No le bastaba la anorexia para cumplir el mandato familiar grabado en el alma, demandante no con el cuerpo sino por encima de todo en el caso de la niña prodigio de la casa, con el éxito profesional.
En el barullo que involucraba a hermanas casadas con ricos empresarios, el ángel a quien literalmente adoré tenía que emplearse en diversos frentes de batalla. Por eso dormía dos horas diarias, desayunaba media docena de desganadas uvas y, te tras te, el resto de la jornada era de café, cigarros y un demencial volumen de letras, que leía y escribía donde fuera, incluyendo no sé el número de cuentas en redes y direcciones internaúticas.
Aunque vivía con un hombre y sus ropas y afeites no envidiarían las de una estrella de cine, odiaba el contacto de la piel, del viento, de cuanto le recordara su terrenalidad. Debí cumplir meses de un virtual, rabioso, ingeniosísimo amasiato libre de horarios, para verla entrar por la puerta de mi casa con toda clase de desinfectantes en la bolsa.
Me quería tanto como para sopesar la idea de marcharnos a la ventura, y así permitió que le descubriera las maravillas de la boca y las caderas paraíso. No exagero un palmo con las palabras, y de poder traería de testigo a la única otra mujer comparable en eso a ella: una prostituta de mis dieciséis años. La diferencia para mí entre ambas fue el derecho conferido por Mía a andar el surco exterior de un sexo, inigualable justo gracias a ese centro del balance universal. El misterio de las mareas no lo fue ya para mí.
Eso mismo intuía en las fotos de Ana, observando el volumen extraordinario que soportaba un torso promedio. Nalgas lo llaman y no tienen idea de cuán miserable resulta el término. No hay allí dos meros trozos de carne con un orificio atrás. Forman parte de un universo que no hace sentido sin la herida al frente de ellos, íntimamente interconectados a través de una playa en la cual quizás reside el gran secreto general. (Odio la literatura erótica de bagaje beisbolero: entradas -nueve y la oportunidad de irse a extra innings-; garrote -bate-; palazo -que dio el hombre en turno-; hoyo -entre primera y segunda, jardines y demás-; mete y saca -el pitcher la borra de la bolsa, el manager al lanzador o el coach al corredor-; le pasóentre las piernas, etcétera. Se le escapa una sola: ¡se va, se va!, ¡se fue!... de tu estadio el placer, escritor. Claro, cuando se moja un poco -por la lluvia, precisamente- tapa la cancha y tan, tan el espectáculo.)
Inevitable escuchar en la voz de la próxima Luz el anuncio del tesoro aquél en una de sus por necesidad infinitas variedades, a la manera de cualquier otra porción del cuerpo exterior. ¿Cómo sería en ella, multiorgásmica, sino blofeó? La objeción de postergar el encuentro de una boca con su sexo hasta que encontrara al príncipe azul, lejos de inhibirme era un acicate ante el cual se sonrojaban los ancestrales sueños de apropiarse una virginidad. Tomando en cuenta la estatura, varios centímetros mayor que la de Mía, el Edén sonaba a baratija, y exagero pero apenas un poco.
El bufón en mis entrañas sale a la menor distracción, particularmente hoy, borracho de Luz como estoy, así que debo ser cuidadoso en adelante, no ya por la experiencia de veras extraordinaria, sino por la propia Ana, a quien le iba la vida en la llamada por teléfono y al salir de esta casa y donde quiera que se encuentre ahora, un par de horas después.
Le iba la vida, le va, escribo, aunque haya un equívoco sustancial en la cuestión toda, si recuerdo lo que seguía negándose a escuchar y no sé cuánto seguirá en el futuro, de no servirnos debidamente de las aproximadas veinte horas tan juntos como puede concebirse, o concebir yo, siquiera.El equívoco es la idea fija de que no puede con la obra.
-Nomás no, por más que lo intento –continuaba su voz. –Tu personaje… perdón, El Observador, ya sabes, se me escapa, y con él, todo.
Lo decía con una desesperación ridícula, pensaría quien no estuviera advertido dela resonancia que le dejaronlos años de desenfreno luego del rechazo del “hombre de mis falsos sueños”. Se rehusaba a admitir siquiera la posibilidad de que había una historia detrás: la desilusión, real o tal vez sólo en la cabeza de ella, de un padre por una hija.
Jamás tocó el tema explícitamente y sin embargo yo podía entreverlo con entera claridad, tanto como cualquiera a quién se abriera como lo hizo conmigo en esa intensa semana de confesiones documentadas.
A la manera de los ámbitos tradicionales, el ciberespacio mostraba y ocultaba aun por encima de nuestras intenciones al jugar con él, y si yo ni insinuaciones percibía de los perfumes de su piel, por ejemplo, a cambio podía dibujar con detalle rincones de su cuerpo que ocultaba hasta a la mayoría de las viejas amigas.
Al final de la enloquecida semana de nuestro encuentro, me acuso de enamorarme de ella y por respuesta tuvo mi lenguaje más florido y el bloqueo de su cuenta. La joven estaba en lo correcto y mi blog era una demostración a gritos, por más que la escondiera en ocurrentes, ácidas imágenes.
Desde luego era el amor fuera de lugar, producto de la borrachera de días con tiempo apenas para dormir unas cuantas horas, a la velocidad de hoyo negra en ella. En todo caso, de amor fue el asunto y mis fantasías de los meses luego lo arrastraban. ¿Acaso no partían, precisamente, de una situación parecida a la que se urdía en este momento? ¿Por qué?, era una buena pregunta y me la hice por un segundo que espanté de inmediato, escuchando las fatigas de Ana-Luz para soltar la propuesta.
Y no importa cuánto toqué el cielo, sé que si tengo un poco de la buena fe que presumo, debo llamarla y, antes de pedirle perdón, encontrar una fórmula que cumpla su demanda.
No contesta el teléfono, seguro duerme… ¿o no puede, como yo? Ay, de regreso Ana, que hasta la luz vale un comino de estar en juego la tranquilidad de una vida que se empeña en reivindicarse… de nada, de nada, muchacha, dice el padre en mí, queriéndote de la mejor forma… de esa a la cual se resistió C.
Ofrecí un cuento y no lo abandonaré, ni a él ni a ustedes, que de eso va la cosa: de promesas cumplidas a quien se ama, sin exceptuar las letras. Así que continúo.
-Para que te convenza de representar el papel que necesito, debemos ser amantes.
Llegamos al peor momento, el del contrato –pensé. -Te prostituirás, o te prostituyo, cómo precisar, más que si trabajaras la calle, porque de fingir lo mínimo preciso, el objetivo se pierde. De este lado de la pantalla jamás trepaste a un escenario, no hay duda. El gran absurdo es que la directora eres tú, y yo un actor que obtuvo el puesto por casualidad.
-Para –la corté. –Escribiré lo que quieras, sin nada a cambio.
-Mientes, y no porque quieras –contestó sin alterarse, y de inmediato vino lo inevitable. –¡Perdón, haz como que no escuchaste eso, por favor por favor!
Dejó de parecerme que la encrucijada en donde se colocó con la obra, merecía la pena, o que sobraba:
-El auténtico secreto está en el placer por las trampas –dije en silencio, arrepintiéndome en el camino. –Tiene razón.
Quedamos de vernos esa misma tarde, ayer viernes, en mí casa. Al borde del pánico que conozco como un hermano capaz de extremas crueldades viles con tal de apropiarse cuanto pase a la vista, limpié el lugar lo mejor que pude y revisé las fotos en la computadora. Afortunadamente lo hice, pues sino la presencia de la joven habría sido un golpe demoledor.
Al menor descuido en el primer contacto conmigo y con un aceptable pretexto pidió asomarme a uno de sus álbumes. Reconociendo por supuesto que estaba ante una mujer de singular sensualidad, experimenté sensaciones encontradas. Fuera de la iniciática, las Princesas, Monelles, llanas Ellas de mi vida eran morenas intensas y la rubicundez de Ana se volvía un óbice.A veces su rostro parecía hermoso y otras, vulgar, si exceptuamos la boca, auténtico botón cuyos labios al adelantarse y en las intrigantes comisuras incitaban aun cuando no posara; en los ojos, reconozco, me fijé muy poco, en busca sólo de lo que contribuía al conjunto: el tono de la mirada.
La piel era decepcionante al acercarse a ella queriendo ahondar en la voluptuosa carne: demasiado blanca y tersa,y excepto en dos o tres fotos los muslos no tenían vigor y, voluminosos, resultaban desapetecibles. Las propias nalgas en ocasiones exageraban el tamaño, desproporcionadas para el resto del cuerpo.
Por eso hasta el último día creí tratar con una joven basta y al mostrarme el retrato del hombre de su vida, un actor de relativo éxito gracias a la galanura, presumí las razones de que la abandonara, pues tipos del estilo suyo quieren al lado una figura despampanante, así sea por mera imagen pública.
Fui un lerdo, comprendí observando de nuevo las instantáneas: había allí un monumento de mujer, de bellísima cara, en la que los ojos avellana contaban miles de cosas. La impresión debe dimensionarse considerando que viene de un hombre pequeño y de estampa graciosa a secas.
No me dio nunca su número telefónico y el fijo de mi casa era inútil para el tema. De otra forma le habría marcado rompiendo la cita con una mala excusa, la tomara como la tomara.
A la manera de todo en el texto sobre esta pantalla, nadie sino yo sabe la proporción de mentira deliberada que hay en ella, y sin mencionar, claro,cuánto es la fabulación de la realidad sobre sí misma al volverse palabras. Pero en el punto en el cual estamos se trata de algo más y no abundaré, que si suelto la lengua el posible lector me abandonará.
Sonó el timbre del interfón y no di un salto gracias a la paz que después de las fotos trajo la música, el patio de la privada entrando por la ventana con la cola del atardecer, y el cigarro y el café de siempre en las manos de cada uno de los días desde mi nacimiento que aprendí a querer entrañablemente, como al escritorio, su lámpara, el caos de libros y papeles en torno, la mesita que fue de la abuela, las sillas de madera y bejuco torneadas, la celebración del color en los almohadones cuyas fondas de lana hacían el perfecto remate a un pequeño mundo de materiales nobles. Y las fotos en las paredes, antes que nada, desde donde los hijos y los nietos sonreían o contagiaban la inexorable tristeza primigenia.
Ana irrumpiría con el arrebato de la juventud, la belleza y una oferta de placer sin comparación, y el hombre bajito, delgado, que entraba en la vejez, la recibiría en una beatífica calma, sin esperar ni un gramo de nada, generoso como cuando acompañó minuto a minuto durante meses la fractura mortal del alma de C. Que eso estaba en riesgo también en el volcán de vida que apareció al doblar la esquina del ancho corredor a cielo abierto.
Tienes razón, soy muy fácil para el amor. Entre nosotros no hay hasta más que esas horas de iluminación con regustos a siglo de oro, ¿ubicas? Y no se repetirán, sabes bien, por el distinto miedo de los dos: yo, porque no regreses o sea incapaz de asomar de nuevo la cabeza a la aridez alrededor. Y mira que aprecio mucho las cualidades del desierto y su rica, casi minúscula, portentosa floración a cuentagotas, capaz de alimentar los sueños más grandiosos o delirantes, según se vea, como sabe tu Dios y tantos otros, a quienes no frecuento nunca pues los míos están a ras de tierra. ¿Ves hasta dónde llegan las diferencias entre nosotros?, me digo en silencio a solas con la música, la noche, tu fragancia, tu sabor impregnado en el cuerpo… insignificante al lado del tuyo…
Perdona si encuentrO pura distancia. Bueno, no te sorprendas: soy igual de fácil al amor que a la melancolía. ¿Qué te explique todo eso? No hay cómo, por el motivo al que vez tras vez textualmente se cierran tus oídos: la poca o mucha cultura formal, ¿entiendes?, sale sobrando; es cuestión de bosque… el de no mis años a lo escueto, sino la forma de vivirlos, me adelanto a tu pregunta y estamos de vuelta al principio, ¿verdad?
Me detengo para decir a la de alta estatura: Siento ponerle un repentino fin al cuento, queridísima Dama de las tierras donde no crece nada –parangonando al Don-. Una masturbación no da para más.
Usted, lector que no sé si está aquí o echando la siesta, quédese un rato pues mi viñeta no sale de delirios a solas. En el tintero de la cabeza duerme hace cinco años la tarde con Mía, que no me atreví a confesar y es el origen de las fantasías con la blanca paloma Ana (LINK PURPLE). Confío me permitan redecorarla.
Por respeto a ella y sobre todo a mí, rechacé la oferta de la de todas formas pronto Luz, y a cambio le propuse un buen remedo: una suerte de sesión fotográfica para una revista porno-erótica. Como se tratabadel libreto de una obra en la cual mi personaje de observador entretejía la trama, la admiración y el deseo intolerable que me produciría la jornada, desde la llamada telefónica de ella pasaban tal cual al texto. Le pedí entonces que trajera una grabadora, donde haríamos un registro completo de las tres horas mínimo solicitadas por mí. Todo el tiempo permanecería sentado en el rellano que de la sala ascendía a la cocina, en la escuadra sin pared de por medio. Del primer al último minuto mi sexo permanecería bajo los pantalones, manos a la vista, y en la regla de no tocarla se hacía una excepción: su sin duda prodigiosa herida entre las piernas. De ese modo Ana-Mía estaba obligada a ir y venir mientras, de yo quererlo, describía escenas de sus juegos más atrevidos.
El planteamiento le pareció de perlas, en principio, aclaro, ya que ni idea teníamos si habría empatía entre los dos. Previendo un rechazo instintivo en ella, en mí o en ambos, convinimos en un preámbulo tras el cual, dado el peor caso, se retiraría, quedándome con la obligación de ayudarla conforme a sus términos.
Tomaba un riesgo, comprendí, porque no sabía cuán confiable era la joven, en la estricta cuestión, preciso. En resumidas cuentas se prostituía –y con ella, yo, de acuerdo a las circunstancias- y la fácil alternativa resultaba tentadora. Ni siquiera tendría que mentir: bastaba con predisponerse en mi contra por un breve momento, desde luego, considerando la necesidad que sentía de mi auxilio.
Lleva usted la razón, quien sea que lea esto: a la historia le faltaba nada para convertirse en una comedia de enredos. Pero la sal de la vida la dan cosas así, ¿no?