lunes, 6 de diciembre de 2021

La ¿Me perdonas?


A L, la ¿Me perdonas?, la encontré un año atrás, queda dicho y no aclaro cómo. 
Ser luminoso, la llamó antes un amigo. No conocía la historia cuando nos vimos durante un encuentro continental. Había muchas irresistibles mujeres allí y mi mirada se posó solo en ella. 
Delgada, blanca de piel contra mis gustos, tenía una elegancia natural acusada por las ropas que como artesana confeccionaba para sí misma. 
Los organizadores del encuentro prepararon un baile y coincidí con ella en la mesa. Nadie se decidía a empezar el desfogue de esa semana atravesada por ideas nuevas y nos atrevimos a poner el ejemplo. 
Nuestros cuerpos en movimiento parecían conocerse y se emborrachaban. Lo demás también, en mi caso y no en el suyo, obviamente. Debimos seguir así y no era justo pues media docena de compañeras al lado hacían un silencioso reclamo, sin otros hombres a mano. 
Nunca renunciaré a la apuesta por componer canciones de carne y hueso y L quedo en mi obsesionada cabeza. Cuánto agradecí encontrarla un año después. 
Apenas desempecado en La Habana para un nuevo evento, vi un cuerpo cuya espalda me pareció gloriosa. Era de ella y apenas nos reunimos en la mesa común se lo dije al amparo de mi edad. 
De noche nuestro pequeño grupo se reunió en el patio. Mi a veces agotadora vena cómica renunció lo necesario para concentrarme en la belleza aquella: su parado, la forma de sentarse o estirarse, el contraste entre su aire abstraído y su espléndida sonrisa, el durazno de la piel.
-No sé en qué manera, será "mía" -pensé dispuesto a casi cuanto fuera, incluido el ridículo, desde luego. 
Al día siguiente nos separamos en equipos y la increíble experiencia de cultura comunitaria que conocí borró el delirio. 
Regresé con una nieta cubana adquirida y según avanzábamos por la carretera le compartí mí locura, que volvía a velocidad de vértigo. Imposible detener a la tormenta de veinte años cuando en el hotel compartió cuarto con L. 
No había pasado un cuarto de hora y la jovencita entró a mi habitación. 
-Dice que eres un hombre muy interesante. 
La futura ¿Me perdonas? sabía ya con entero detalle cuán demencial era mi gusto por ella.
Paracaidista en vuelo libre animado por el súbito arrojarme del avión, no me había sentado para la colectiva comida al soltar: 
-No sé si te avisé: nos casaremos a las siete. 
Creí que se ahogaba con el trozo de pollo cruzando por su garganta, entre las risas que celebraban el momento.
-¿Ah, sí? -respondió semi recompuesta. 
-Y no te preocupes. Como soy un anciano, seguro no llego a la noche de bodas. 
-No, así no -se sumó al juego.
Nos retiramos a nuestras respectivas tareas y al cenar rompió una regla no escrita: dejar libres las cabeceras.
-Son las ocho y no vi nada de boda -dijo ante las miradas cruzando la mesa.
-Se hizo en ausencia tuya, por interpósita persona.
-¿De veras? 
-Cambié de cuarto para que tengan su alcoba nupcial -dijo la nieta, entonces enamorada de mi roomie, quien protestó.
-Creo que lo dejamos para mañana -propuse a L. 
-Sí, creo que sí. 
Mañana fue cuando se ganó el apodo y nos mal informaron sobre los 43+5. 
Ciertamente el conquistador desapareció en ese instante, y yo todo, los dos días que podrían completar la obra, y dieron conmigo sólo para avisarme que irían a bailar otra vez. Había esperado el juntarse de nuestros cuerpos en movimiento y renunciaba a una segunda oportunidad... ¿para qué? A saberse. Canciones son canciones.
Quise dormir, no pude y escribí para L la mejor carta de mi vida. Poniendo punto final tocaron puerta. 
-Si Dios existe -pensé en un despropósito para un ateo de tres generaciones- es la ¿Me perdonas?  
Y sí. Al empezar a aclararme los motivos, la detuve.
-Deja que lea lo que escribí para ti.
Pobre, ahí, en una silla, a la escucha de tormentosas declaraciones que no deseaba, sin saber cómo retribuirlas.  
Terminé, trató de explicar otra vez, ahora la situación sentimental que atravesaba. Le pedí no hacerlo, pues no había demanda en mi carta, nos levantamos a un tiempo, volví a agradecerle sin palabras las sandalias que emparejaban nuestras alturas.
¿Recibiría compensación? ¿Inmejorable remate para la historia o su ruína?
-¿Vamos al bar? -propuse y no sé si dudó en dar las gracias. De otra manera habría terminado componiéndole la canción, ¿no?, y a tal cursilería ni por el personaje femenino de París, Texas. 
Luego, ¿no soy cursi al vivir y contar a L -y las demás mujeres en estos cuadernos-? Sí, claro.
Todos y todas necesitamos necesitamos una épica personal, creo; hasta quienes no pareciera, ¿verdad, James Kelley? -¿recuerdan a este hombre, E y S?-. Y como no conquistamos Persia, estupidez soberbia, según probé por aquí, asaltamos corazones, y sino pregunten a Alonso Quijano -¿también a su escudero, Teresa?; Claro, responde Molley Mahoney y no aquélla a quien dieron apenas un diálogo en ciento treinta y cuatro capítulos.
Se mire por donde se mire, tengo una edad quijotesca y mi molino de viento en Cuba fue rendido según mandan las reglas de caballería.

viernes, 30 de julio de 2021

Kola loca

2011

Estimaba tanto mis lentes... Hace un año al parir una idea me senté en ellos y una patita salió volando. Poco después sacaron la peor parte en una batalla campal con los nietos y los cristales se despostillaron. La Niña quiso comprarme nuevos y me negué, pues no tenían par en amabilidad.

No es casual que hoy pisara su pata sana y como no los concibieron para servir a lo monóculo, imposible sujetarlos ya. Mañana compraré un pegamento rogando sirva en bien de la catarata del ojo izquierdo. Sino, en breve los cirujanos del Hospital General tendrán que darse quién sabe cómo tiempo.
La anécdota me pinta de cuerpo entero y la cuento en un descuido del abuelo, quien marchó al diario paseo de costumbre. No puedo seguir endilgándole la cantaleta de cada tres semanas. 
Con el Whitman ni el saludo intercambio y el canto de hoy a mí mismo no lo acompañan tambores ni trompetas. Así que al ir al río no lo hago con propósito de admirarme. Sobra con el amor y el respeto, y el gusto por el vaho de mi aliento no es ontológico, sale del llano aroma que trasiega el estómago. 
En nuestro país venden un líquido de nombre Kola Loca. No pega de locura, como asegura la leyenda, así que no adivino el resultado mañana, cuando con la patita de los lentes intente poner lo demás en su lugar. En todo caso con catarata y Hospital General, sé bien, puede vivirse con harta decencia y buen humor.
-0-
A veces quererse cuesta trabajo. Al día siguiente la Kola Loca no da resultado y de noche como la muñeca del Cricrí ando por los rincones gimoteando, no importa cuán buena fue la mañana y cuánto me quiere la otra parte de esta pareja a lo microbio. 

lunes, 7 de junio de 2021

Cantaleta

Me pasé de melodramático.

Toca ordenar esta madre cuadernil.  

El niño en mí estuvo siempre y de posada: "No quiero oro, no quiero plata/ yo lo que quiero es romper la piñata".

Sobreviví, Tic, y no me refiero al Covid. Tampoco hablo de hambre, que bien pudo alcanzarme. Es el orgullo quien salio adelante en mi volado, así la moneda cayera de canto. 

Soy tu viejo, solo eso, con su cursi azotea habitada por una meliflua corte de medianoche, desde donde escucho a Lucha Reyes como cuando le hacías segunda, Menudita

en nuestro departamento enamorado por sombras.

Ve a Don Nadie, que a orgullo lo tiene y sabe: Si hay revolución mundial no seré el ayudante, aunque se me vea marchando por pueblos y ciudades cuyas calles desconozco. 

Hubo barricadas, ¿recuerdas?, con Lupitas que las levantaron, hace cinco, seis, siete años, y llegué apenas a los campamentos donde encontraban refugio. 

Ahora volveré al Santo Lugar como antes, a lo fatigado esta vez. 

-¿Denme refugio por una noche? -pediré a San, Lety, Ángel, Samuel, sin fuerza para hacer la vuelta al cobijo hasta el día siguiente.

Y así tú y tu N seguirán siendo amores por pantalla, a quienes besar comedidamente cada tanto entre playas y esteros. 

Mirá que bónita le está quedando la cocina al Nuevo, que jamás te vio.

Orgullo de criador cuyos nietos se marcharon también, entonces, cuando eras jilguero para esta privada. 
Por allí flotabas en tus salidas nocturnas, tan irredimible como Suertudo luego, muerto a lo Espartaco.
Sí, necesito una épica personal, antes y hoy. Deja entonces que ponga la obligada.

Mientras afuera cuentan votos.

¿O jugaré al fin dentro de un partido, aprovechando la derrota morenosa en la ciudad, por ver si acaso...?
 



 

 

   

jueves, 14 de enero de 2021

Eterna y el hombre delgado

Escribo cuadernos y también tengo una vida.

La canción fue regalo de la Mal nombrada para mi amita, tiempo atrás, y hoy, palabras aparte excepto el coro, acompaña bien nuestro amor, ¿verdad, Eterna?, cuando a este lado Mar propone pasionales encuentros una vez se pueda y mientras jugamos con intenciones.
¿Qué edad tengo? Con Eterna recién llegué a los cuarenta y cuatro y para quien espera el fin de la pandemia casi treinta más.
Pondré, pues, una segunda tanda de diversas intenciones, que mezclen.

Tercamente otros sueños cuentan la fantástica reunión con esa primera mujer inigualable y cómo dos décadas y dos hijos después el amor permanece sin mácula.
-De no verlo no lo creería -dice alguien.
-Son profesionales -agrega cualquiera al paso.
Afirman que hacemos diagramas para asegurar el bien único, descubierto por ambos a un tiempo y para siempre.
-Me traicionas -escribe imaginariamente P desde su aldea mágica, donde está recluida contra la virtualidad.
-Nunca -respondo. -Ni a N. Es solo que ella llegó cuando yo tenía veinticuatro años. Entonces, imposible conocerlos. Y lo perfecto ha de serlo por fuerza.
-¿En sueños?
-No, vigilia pura ya.
-0-
Marché al Río Níger con mi abuelo y luego fue el Magdalena que corre entubado por esta ciudad, acompañando por la propia Mal nombrada, Sofi, Andrea, hija putativa; Fanny, el Dos Pesos, Mario, Sonia -hoy Platónica-, tales y cuales más y sobre todo Jesús y su barrio bravo. 
Llegó entonces el Abajo para dirigirme al "Sur, geografía profunda" y la personal Patria prometida adonde desde niño conducía Felícitas.
Todo empezó cuando no hubo ya nietos a quienes entregar los días exhaustivos, redondos, nuevo paraíso cuya pérdida no soportaría. 
Para ese momento tenía a la parea ideal, que llegó accidentalmente, como cuanto por bueno solo puede alcanzarse así. 
Se llamaba P, nos bautizamos Tic y Cuac y a los once meses la obligué a irse porque sino sus veintitrés años recién cumplidos renunciarían al futuro. 
Frente al desierto que amó apenas verlo siendo pequeña, encontró al beduino al cual fraguó sin conciencia y debió dejarlo partir. 
Yo, asomando cada tanto desde el primer curso aquel, aceptaba cualquier provocación para apaciguar la angustia alimentándola. Imposible evitar a quien canto en Rascamapache y sí, por tanto, volverle necesidad su costado contrario. Lo hacía con piel y más piel que se le adhería temblando de deseo.
Eran de jovénes cuyos cuerpos despreciaba hasta encontrar a esa que luego reconocería como Inesperada. Cierto, solo las caderas de Mía y el delirio sexual que encontraría en Corazón mío y la Niña valían una misa y en consecuencia sufrí bocas, pechos y muslos sin gracia nueve de cada diez tantos diarios. 
¿Que mi cuerpo se marchitaba? El de ellas en general no nacía y quizá nunca lo haría o unicamente atreviéndose a tocar a otra mujer, si daban el paso a que les animaba.
Mi amita volvió, madre ahora, y por compensarme estuvo dispuesta a nuestros viejos encuentros carnales. Tras el primero, ante un espejo, le pedí olvidar esa parte. 
Hoy somos los debidos y para que la de Rascamapache no me haga una mala pasada está Eterna versión ya no se cuál.

  

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