miércoles, 13 de abril de 2022

Primer sueño

 En la siesta de las siete, jjj, tuve un sueño que casi me obliga a revelar la razón de llamarte P, además de que es tu inicial. Venía también de Plastilina. Ay, amita, ese primer día como el algo más al cual me decidiste.

Como cualquier sueño, el de hoy era una alteración. No se trataba esta vez de revelar lo oculto sino de recrear extraordinariamente el momento. (Voy a ponerme eroticón, Tic.)
Nos encontrábamos en un viaje de vacaciones entre jóvenes, sin conocernos. Tenías una gran amiga, los demás, hombres, eran parte de mi grupo, debo poner entrecomillas, pues no los reconozco en absoluto. La insinuación estaba en el viento y los colores playeros, en el barullo de un camino vecinal y la casa que ahora identifico: una variación de la primera al volver a la ciudad luego de los provincianos años -te hablé de ella, seguro-, con un anexo al fondo, tras un hermoso patio natural, no con higueras, a la manera del real -el otro real, porque este existe ya por el sueño o estaba en algún rincón interior. 
La atracción no fue inmediata y de hecho cobró forma apenas al coincidir por casualidad, digamos, a solas y a media tarde -eso sí es representativo- en la pequeña vivienda posterior con una hermosa luz de trópico al fondo, remarcando la tibieza de la sombra entre nosotros y la vida exultante todo alrededor, cielo y tierra al servicio de las pequeñas criaturas.
Los cuerpos se juntaban casualmente y los primeros besos en una caprichosa posición podían creerse producto del fácil acceso a los hombres, que dábamos por supuesto -es decir, una P al revés de la conocida por todos-. Tus volúmenes asomaban entre una blusa y una falda larga de sencillo algodón, con el exacto, enloquecedor jugo de tu piel y lo que empezó a descubrirte plastilina -en el sueño y en nuestro departamento. 

Parecías más bajita de lo que eres y así quizá tu ductilidad se multiplicó. Aunque eso se revelaría minutos después y como consecuencia de lo otro: el incontrolable exudar de la carne y el cuenco interior, idénticos a los tuyos, todo.
La previa decisión de penetrarte sin preservativo copió a la vez aquélla tarde y por ello tuvo el mismo significado, aquí incomprensible pues no había claro presagio de lo que sucedió muy lentamente y fue asombro por el breve tiempo ocupado... sin pausa, mientras no sólo yo sino los dos nos maravillamos de la auténtica plastilina en la cual te convertiste.
Si sabías bien, lo sabían hasta quienes no tuvieron derecho a tu placer, que eras de una flexibilidad apenas concebible, el nivel rebasaba la imaginación, sin separar un milímetro nuestras pieles, ni más ni menos que aquella tarde.
No necesitábamos revolvernos gran cosa, echados en una confusión de sacos para dormir, telas que no venían a cuento allí y sí en el futón azul, sin mueble, transformado en colchón cuando marchaste, que adornabas con pasminas y chales hindúes, los almohadones de artesanía en riego.
Difícil precisar si el sueño aceleró la velocidad de la entrega sin reservas, que se acompañaba con frases similares a las de entonces y una connotación revelada en la cercanía de los otros y su inverosímil descubrimiento de lo que sucedía tomándonos por sorpresa también y antes que nadie a nosotros.
Exagero con la similitud de las frases, ocurrentísimas, posibles ahora gracias a juegos de palabras como los de aquí arriba, y no hace ocho años. Su contenido en cambio superaba incluso los reales -obsesivo yo con el subrayado- ya que un rato antes no teníamos relación alguna. 
No consigo reproducir las palabras que soltábamos por instinto y creyéndonos incapaces de ella.
-Nuestra boda.
-Sí -te temblaba la voz.
Ese diálogo se producía tras tu tercer orgasmo y la inminencia del cuarto, luego de un primero al par de minutos de que iniciáramos los besos y un segundo menos de cinco más tarde.
(Repito para mantener el tono.)

Tu amiga se acercó para preguntar si estabas bien -la vi claramente en el sueño que por supuesto no es el único con estos recursos, entiende al fin el yo renuente a las drogas y hoy rogando porque en la siguiente operación usen el derivado de la morfina; esperar eso y ya, que criado entre la generación que experimentaba con ácidos y demás, no dejó de temer el potencia mi natural tendencia a perderme-. El Sí tuyo bastó para que comprendiera y, en el eje de cuanto sucedió, no pudiera creerlo -ella símbolo del exterior de entonces, claro.
Exageró el sueño pero no mucho, ¿verdad? 
A la manera de cualquier parte del cuerpo, no hay dos sexos iguales en la tierra, doble P, y el reto al describirlo es su continua transfiguración. El tuyo a veces se ensanchaba y ahondaba prodigiosamente -lo hacen todos en un cierto grado, creo, porque la Niña lo experimentó... por primera vez, sin imaginar cómo descubrí el recurso contigo, generosa mujer sin temores a nada que se relacione con el cuerpo-. Era así por completo vivísima tela sobre paredes que bocetaría de tener una mínima disposición al dibujo.
En el sueño permaneció siempre en el desborde de la carnosidad que hacía de beso, agradecimiento, demanda por no marchar. Las manos de ambos se comportaban con extrema delicadeza, morosas, igual que el resto de aquél conmovedor amasijo que éramos. Las tuyas empequeñecían para subrayar tu ternura y no había necesidad, digo a quien mande en esos temas, porque las que tienes, educadas o no por el piano, sobran.
Volvamos a la plasticidad pasmosa incluso para ti o sobre todo para ti, pues fue lo que te rindió: tu rostro no sabía qué decir cuando las piernas, más rellenas que las tuyas, estaban entre tu cabeza, y el cuerpo todo era casi por consecuencia de una blandura inusitada. Un ovillo en la curva del mio, escurriendo y en lentísimo giro o quieto, quieto, incapaz de sustraerse al encanto inexplicable, que la tarde se diría ordenaba. Una de tus manos me acarició el mentón ligeramente para acompañar la mirada, el cuello en un doblez, de niña o madre, a quien le traía aquello más allá de él, asimismo agradecido como el fiel que recibía en cuerpo y alma a su virgen. Mística la hora en la suerte de pesebre, preciso por fin el lugar. 
Un acto tocado por la divinidad, desde luego, piensa el yo que jamás pisó una iglesia. Por ello la amiga trajo un plato de comida y una jarra con jugo y los dejó a nuestros pies. (Es tan obvio, Tic: las imágenes mezclaban el recuerdo con estampas de la pintura renacentista o del impresionismo, da igual así parezca un ex-ah-brupto, jjj.)