En la siesta de las siete, jjj, tuve un sueño que casi me obliga a revelar la razón de llamarte P, además de que es tu inicial. Venía también de Plastilina. Ay, amita, ese primer día como el algo más al cual me decidiste.
Como
cualquier sueño, el de hoy era una alteración. No se trataba esta vez
de revelar lo oculto sino de recrear extraordinariamente el momento.
(Voy a ponerme eroticón, Tic.)
Nos
encontrábamos en un viaje de vacaciones entre jóvenes, sin conocernos.
Tenías una gran amiga, los demás, hombres, eran parte de mi grupo, debo
poner entrecomillas, pues no los reconozco en absoluto. La insinuación
estaba en el viento y los colores playeros, en el barullo de un camino
vecinal y la casa que ahora identifico: una variación de la primera al
volver a la ciudad luego de los provincianos años -te hablé de ella,
seguro-, con un anexo al fondo, tras un hermoso patio natural, no con
higueras, a la manera del real -el otro real, porque este existe ya por
el sueño o estaba en algún rincón interior.
La atracción no fue inmediata y de hecho cobró forma apenas al coincidir por casualidad, digamos, a
solas y a media tarde -eso sí es representativo- en la pequeña vivienda
posterior con una hermosa luz de trópico al fondo, remarcando la
tibieza de la sombra entre nosotros y la vida exultante todo alrededor,
cielo y tierra al servicio de las pequeñas criaturas.
Los
cuerpos se juntaban casualmente y los primeros besos en una caprichosa
posición podían creerse producto del fácil acceso a los hombres, que
dábamos por supuesto -es decir, una P al revés de la conocida por
todos-. Tus volúmenes asomaban entre una blusa y una falda larga de
sencillo algodón, con el exacto, enloquecedor jugo de tu piel y lo que
empezó a descubrirte plastilina -en el sueño y en nuestro departamento.
La previa decisión de penetrarte sin preservativo copió a la vez aquélla tarde y por ello tuvo el mismo significado, aquí incomprensible pues no había claro presagio de lo que sucedió muy lentamente y fue asombro por el breve tiempo ocupado... sin pausa, mientras no sólo yo sino los dos nos maravillamos de la auténtica plastilina en la cual te convertiste.
Si sabías bien, lo sabían hasta quienes no tuvieron derecho a tu placer, que eras de una flexibilidad apenas concebible, el nivel rebasaba la imaginación, sin separar un milímetro nuestras pieles, ni más ni menos que aquella tarde.
No necesitábamos revolvernos gran cosa, echados en una confusión de sacos para dormir, telas que no venían a cuento allí y sí en el futón azul, sin mueble, transformado en colchón cuando marchaste, que adornabas con pasminas y chales hindúes, los almohadones de artesanía en riego.
Difícil precisar si el sueño aceleró la velocidad de la entrega sin reservas, que se acompañaba con frases similares a las de entonces y una connotación revelada en la cercanía de los otros y su inverosímil descubrimiento de lo que sucedía tomándonos por sorpresa también y antes que nadie a nosotros.
Exagero con la similitud de las frases, ocurrentísimas, posibles ahora gracias a juegos de palabras como los de aquí arriba, y no hace ocho años. Su contenido en cambio superaba incluso los reales -obsesivo yo con el subrayado- ya que un rato antes no teníamos relación alguna.
No consigo reproducir las palabras que soltábamos por instinto y creyéndonos incapaces de ella.
-Nuestra boda.
-Sí -te temblaba la voz.
Ese diálogo se producía tras tu tercer orgasmo y la inminencia del cuarto, luego de un primero al par de minutos de que iniciáramos los besos y un segundo menos de cinco más tarde.
(Repito para mantener el tono.)
Tu
amiga se acercó para preguntar si estabas bien -la vi claramente en el
sueño que por supuesto no es el único con estos recursos, entiende al
fin el yo renuente a las drogas y hoy rogando porque en la siguiente
operación usen el derivado de la morfina; esperar eso y ya, que criado
entre la generación que experimentaba con ácidos y demás, no dejó de
temer el potencia mi natural tendencia a perderme-. El Sí tuyo bastó
para que comprendiera y, en el eje de cuanto sucedió, no pudiera creerlo
-ella símbolo del exterior de entonces, claro.
Exageró el sueño pero no mucho, ¿verdad?
A
la manera de cualquier parte del cuerpo, no hay dos sexos iguales en la
tierra, doble P, y el reto al describirlo es su continua
transfiguración. El tuyo a veces se ensanchaba y ahondaba
prodigiosamente -lo hacen todos en un cierto grado, creo, porque la Niña
lo experimentó... por primera vez, sin imaginar cómo descubrí el
recurso contigo, generosa mujer sin temores a nada que se relacione con
el cuerpo-. Era así por completo vivísima tela sobre paredes que bocetaría de tener una mínima disposición al dibujo.
En
el sueño permaneció siempre en el desborde de la carnosidad que hacía
de beso, agradecimiento, demanda por no marchar. Las manos de ambos se
comportaban con extrema delicadeza, morosas, igual que el resto de aquél
conmovedor amasijo que éramos. Las tuyas empequeñecían para subrayar tu
ternura y no había necesidad, digo a quien mande en esos temas, porque
las que tienes, educadas o no por el piano, sobran.
Volvamos
a la plasticidad pasmosa incluso para ti o sobre todo para ti, pues fue
lo que te rindió: tu rostro no sabía qué decir cuando las piernas, más
rellenas que las tuyas, estaban entre tu cabeza, y el cuerpo todo era
casi por consecuencia de una blandura inusitada. Un ovillo en la curva
del mio, escurriendo y en lentísimo giro o quieto, quieto, incapaz de
sustraerse al encanto inexplicable, que la tarde se diría ordenaba. Una
de tus manos me acarició el mentón ligeramente para acompañar la mirada,
el cuello en un doblez, de niña o madre, a quien le traía aquello más
allá de él, asimismo agradecido como el fiel que recibía en cuerpo y
alma a su virgen. Mística la hora en la suerte de pesebre, preciso por
fin el lugar.
Un
acto tocado por la divinidad, desde luego, piensa el yo que jamás pisó
una iglesia. Por ello la amiga trajo un plato de comida y una jarra con
jugo y los dejó a nuestros pies. (Es tan obvio, Tic: las imágenes
mezclaban el recuerdo con estampas de la pintura renacentista o del
impresionismo, da igual así parezca un ex-ah-brupto, jjj.)