viernes, 10 de noviembre de 2017

Inesperadas, Niñas, Milagrosas

Di la explicación mil veces y parece que necesito hacerlo nuevamente cada día, nietos entre quienes se cuentan los involucrados en ella, pues no tengo solo a E y S, gemelos de casi doce años, sino a muchos más, veintones hembras y machos, debo ya precisar, que llegó por fin el momento y los géneros son los géneros, literal cuestión de vida o muerte aquí, ciudad donde violan y asesinan mujeres por docena, y país, planeta, casi tan brutales u otro tanto igual si sumamos ofensas, y así me prefiguro monstruo entre monstruos, con Inesperadas, Niñas, Imprecisables, Innombrables,
Milagrosas, cuyos favores recibí y fueron siempre tercera generación para estos ojos sin falta admirados, como bien sabe la Mal Nombrada.
Hasta hace dos meses mi casita era hostal para jóvenes. Llevaba años así y no pude más. Esta noche viene la antes hija putativa, Andrea. Solo a ella dejo pasar y por un momento recuerda tiempos incomparables. A ellas parecía escogerlas como hermanitas si eran rudas y locas. Menudo orgullo cuando las acompañaba.
-A ver, atrévanse ustedes -decía en silencio a los demás. -Ni entre una guerrilla estaré mejor protegido.
El día que la conocí, Andrea y yo viajamos juntos en Metro. De inmediato se le notaban perversas intenciones. Aparecieron dos policías.
-El señor viene acosándome -soltó la cabrona.
Me acostumbré a todo, pues, y pude manejar entonces los enrededos que ella, la Mal nombrada y Sofi tejían públicamente a mi alrededor. Como una tarde en autobús.
-¡Viejo cochino, no se masturbe conmigo!
-No le hagas caso, mana, vamos a bajarnos. 
A Sofi le encantaba salir de la privada gritando.
-¡Coges como dios!
Desde luego, ni un pelo le había tocado. Aunque todo el tiempo jugaba a eso. 
-Ora, preste, no sea prángana -decía yo y ella sonreía. 
Una tarde atravesamos por un hotel de paso y volví a las mías. 
-Ya vas -respondió-, para que veas que soy generosa. 
Entré en pánico.
-Mejor mañana, ¿no?        
SIGUE