miércoles, 22 de febrero de 2017

La ¿Me perdonas? o Cuánto dicen unas chanclas


Escribí algo breve que tiene éxito virtual. El grito, se llama, y dejé fuera una parte pues daría al traste con la intención. Es una buena historia de viejo y va completa ahora. 
Empezó un año antes de lo advertido, en el encuentro latinoamericano que me descubrió una ya no tan nueva utopía si se miraba al sur y no como los mexicanos acostumbramos hace tres décadas. 
Esa viñeta terminaba así: La revolución y el amor son un mismo, indisoluble acto, rezan muchas justas frases, que por momentos no bastan.
La parte final sobraba entonces y mientras caían revelaciones en cascada mis ojos eran pájaros inquietos en busca de una de las muchas mujeres inteligentes y hermosas que llevaban la voz cantante. 
Elegí a L por su aire ausente y su perfecta figura. Completaba la belleza con el parado inigualable producto de años junto al mar, disciplinas orientales y ropas y adornos que se confeccionaba.
Ser de luz, la había llamado un amigo años antes, sin yo saberlo, y durante siete días seguí silenciosamente sus movimientos. 
Tuvimos fiesta de cierre y fui a dar a una mesa donde había solo mujeres. No estropeé el privilegio y L fue otra maravilla más hasta empezar la música. Nadie se animaba y ella y yo nos preguntamos con la mirada. 
En segundos nuestros cuerpos ajustaban de arriba abajo como guantes. Tenía treinta y tantos años menos y para mí bailar fue como la vida entera, esperando por el gran momento. 
Cuando tres piezas después el rabillo del ojo me advirtió de la injusta estupidez al olvidar a las demás y nos separamos, ella entendió porqué podría esperarnos el diálogo de doce meses. No incluyo la primera parte de la aplaudida nota donde conté solo lo necesario para el efecto :                  

Noche del mexicano grito y al Barrio, como llamo a mi cuenta depurada en FB a lo largo de nueve años para no vérmelas con la parte del país que desprecio, lo pone furibundo la fecha y está casi vacío.
David: en Neza los cohetes son K 47
Dany:¡Vivan los hoteles de Tlalpan! Ahhh no vea…
Yo estoy alelado con la canción que buenas razones trajeron hoy.
Pregunto a la Dany en el hotel de paso en Tlalpan, si su grito no fue mera oportunidad para una de las geniales declaraciones que acostumbra:
¿La conoce, Ña?
Dany: Obvi
La Itzel y yo aprovechamos para bromear:
Foto que una agradecida carnalita nos acaba de tomar
Itzel: Jajajajaj! Yeha!!!
Yo: ¿La chocamos como usted le hace?
Itzel: Jajajajaja ta güeno! ¿Tons qué? Chichocamos nalga?
Yo: Nomás con cuidadito, me vaya a botar casa la chingada jjjjjjjj
Igual que la gran mayoría de nuestra docena de cuadras, no volteamos a mirar el deprimente circo de la plaza mayor, donde el antiguo rito lo cumple el monigote del que se sirve el criminal proyecto en el poder desde diciembre de 2012.
Entonces alguien sube esto:
¿Argelia en los 1950s?, pregunto para los demás, y para mí: ¿En verdad están cagados de miedo? Sí, de sí mismos, de lo que están preparados a hacer a la menor provocación.
Justo diez días después el país da el brutal salto en la nada que puede conducirlo a la nueva utopía.
Entre un dolor y una esperanza que no conocía, en noviembre el azar me lleva por primera vez a Cuba y encuentro la más espléndida experiencia imaginable en promoción de cultura comunitaria.
El alimento a los sueños es tal que rindo a la ¿Me perdonas?, según la llamaré pronto: la mujer de otro país por quien suspiro desde un año atrás. Lo hago al modo de un viejo en procura de una hermosísima joven imposible, se diría, y para un amor platónico que repentinamente anuncia pasar a algo más: el día siete, fin del encuentro en el cual coincidimos. Los organizadores nos premian con la música de uno de los mil geniales grupos cubanos
Cuando la canción termina, la joven dice la frase que la bautiza: 
-¿Me perdonas?
-¿Prometes? -respondo y mirándonos fijo no sabemos qué nos espera.
Entonces alguien se acerca con la noticia, falsa sabremos luego: encontraron los restos calcinados de los 43.
No hay rincón que alivie y la hermosísima me encuentra en uno de ellos.
-Anda, vamos a bailar y juntos la pena…
No escucho el final de la frase y por la mañana del seductor queda sólo el recuerdo.
La revolución y el amor, etcétera.
-0-
Cuba me sorprendió en todo. También con sus bellísimas mujeres. Llevaba unas horas allí borracho de ellas y en el restaurante encontré al sumun visto por la espalda. Debí entender pues mi cabeza decía Perfecta. Era L, muy poco cubana, digamos de paso. 
Nos sentamos donde estaban nuestras compañeras y compañeros, y no esperé para usar mi condición de viejo. 
-Uau, estás espectacular -etcétera.
Sabía lo que causaban esas libertades producto de los años escanciados a la vista. Hubo generalizadas risas y en ella el inevitable agradecimiento por un piropo así.
Esa tarde-noche recreó mi golpe, que había continuado con juegos de palabras entre los dos y bromas colectivas. Fui el enamorado platónico volviendo a un secreto transparente para L, así muy poco cómodo y al mismo tiempo disfrutable. Comenzó entonces a tener un detalle conmovedor: calzarse las chanclas más bajas de su vestuario, para compensar mi altura. 
Cada quien fue adonde se le encomendó. A la vuelta peleábamos unas y otros, dando por absurdo que algo resultara mejor que lo descubierto en su caso. 
A mí me acompañaba la nieta cubana, M, con la cual hice compromisos de por vida. Exaltación pura conocía lo que L producía en su abuelo recién adquirido y le toco compartir cuarto con ella. Medía hora después fue al mío.
-Despepité. 
-¿Qué?
-Tu amor.
-¡Loca!
-Y dice que eres un hombre muy interesante.
El literal Quijote tuvo su Sancho femenino y ancha resulto Castilla-La Habana.
-A comer -dijo M y sin cuentos me llevó a la mesa de L. 
-¿Sabes que nos casamos a las nueve? -le dije en tono casual y el trozo de carne se atoró en su garganta. Aun así reaccionó rápido.
-¿Y dónde será la ceremonia?
-Aquí afuera -contesté entre el risueño alboroto. -Pero no te preocupes, a mi edad no tendremos noche de bodas -agregué con más trucos de viejo. 
-Entonces, nada. 
-Ya veremos -la reté. 
Sus parlanchinas chanclas me animaban.
El no tan breve resto del día resultó muy activo pues M cayó redonda al ver a mi roomate y L debió sufrir permutaciones de cuarto incesantes por el ingenuo flirteo. 
Deveníamos en celestinas y eso hizo parecer más maduro nuestro inocente juego, al que cedía gracias a su atmósfera un poco alcohólica, jazzeada, digna de aliento.
Durante el desayuno rompió una regla no escrita, evitar cabeceras de las mesas, para sentarse pegada a mí. Esta vez los contertulios cambiaron sus chanzas por miraditas de ¿Sera cierto? y al atardecer tuvimos la consabida fiesta. 
El ¿Me perdonas? y la respuesta nos dejaron en una posición difícil, que hizo añicos el falso informe, mi huida y el gesto solidario de ella. 
Desaparecí también al día siguiente, víspera de nuestra marcha, y a medianoche no podía dormir. 
-Hagámosle una carta de despedida a L -me dije y escribí una inmejorablemente arrebatada. Utópico, si estaba dispuesto a destruir al monstruo, cantarle a Dulcinea era un gran complemento. 
Ponía el punto final cuando tocaron a la puerta.
-Si Dios existe -pensé contradiciendo por completo mis ideas- es L.
Abrí y en efecto, allí estaba, y con las chanclas en su mano.
Lo que pasó después salé sobrando. Lo importante era nuestro humilde asalto al cielo cotidiano, fieles a cuanto creíamos. Si lo empezó el viejo, ella fue tan sabía como para darle alas.              
Aclaro:
Se presentó en el cuarto para disculparse por lo que al esfumarme podría parecer un exceso suyo que me incomodaba. M aseguró otra cosa y le creí a ella, quien cuando leí en voz alta la carta era un animalito acorralado y empezó a contarme su situación sentimental. 
-Mejor vamos a tomar algo -corté, rescatando una semana utópica. 
No volví a saber de L. Espero recuerde no al que escribe, sino a un viejo quijotesco cualquiera.
Para mis cercanos estuve tentado a reinventar el último acto, sobre la cama. Normalmente nada aprecio tanto como los cuerpos luchando entre sí. En este caso vale mil veces más el resto.
¿En verdad había mensajes en sus chanclas? ¿Las alfombras mágicas salieron de una cabeza o andaban por el cielo persa? Muy quién sabe, ¿no, L? 
Si hay Inesperadas todo es posible, parangonemos al Dosto.
-0-
Soy un experto en vejez y amor, como puede verse por aquí. Así domino el arte de la fantasía y otras cosillas, pues tras L llegó a vivir a mi casa una homónima suya con diecinueve abriles, y al año siguiente P, a quien deben faltar unos cincuenta para morir, regresó y me acompañará a la tumba.
¿Presumo? De quijotesco nomás. 
-0-
Esperando el amanecer leo esto. Debería avergonzarme y no lo hace. Tampoco me enorgullece. Pareciera ser una historia de otro. 
En todo caso quien vaya a emular al Quijote recuerde que Dulcinea no aparece una sola vez en novela. De molinos hay sobra.