lunes, 22 de febrero de 2016

Grito y la ¿Me perdonas?


Grito
2014

Noche del mexicano grito y al Barrio, como llamo a mi cuenta depurada en FB a lo largo de nueve años para no vérmelas con la parte del país que desprecio, lo pone furibundo la fecha reglamentaria y está casi vacío.
David: en Neza los cohetes son K 47
Dany:¡Vivan los hoteles de Tlalpan! Ahhh no vea…
Yo estoy alelado con la canción que buenas razones trajeron hoy.
Pregunto a la Dany en el hotel de paso en Tlalpan, si su grito no fue mera oportunidad para una de las geniales declaraciones que acostumbra:
¿La conoce, Ña?
Dany: Obvi
La Itzel y yo aprovechamos para bromear:
Foto que una agradecida carnalita nos acaba de tomar
Itzel: Jajajajaj! Yeha!!!
Yo: ¿La chocamos como usted le hace?
Itzel: Jajajajaja ta güeno! ¿Tons qué? Chichocamos nalga?
Yo: Nomás con cuidadito, me vaya a botar casa la chingada jjjjjjjj
Igual que la gran mayoría de nuestra docena de cuadras, no volteamos a mirar el deprimente circo de la plaza mayor, donde el antiguo rito lo cumple el monigote del que se sirve el criminal proyecto en el poder desde diciembre de 2012.
Entonces alguien sube esto:
¿Argelia en los 1950s?, pregunto para los demás, y para mí: ¿En verdad están cagados de miedo? Sí, de sí mismos, de lo que están preparados a hacer a la menor provocación.
Justo diez días después el país da el brutal salto en la nada que puede conducirlo a la nueva utopía.
Entre un dolor y una esperanza que no conocía, en noviembre el azar me lleva por primera vez a Cuba y encuentro la más espléndida experiencia imaginable en promoción de cultura comunitaria.
El alimento a los sueños es tal que rindo a la ¿Me perdonas?, según la llamaré pronto: la mujer de otro país por quien suspiro desde un año atrás. Lo hago al modo de un viejo en procura de una hermosísima joven imposible, se diría, y para un amor platónico que repentinamente anuncia pasar a algo más: el día siete, fin del encuentro en el cual coincidimos. Los organizadores nos premian con la música de uno de los mil geniales grupos cubanos
Cuando la canción termina, la joven dice la frase que la bautiza: 
-¿Me perdonas?
-¿Prometes? -respondo y mirándonos fijo no sabemos qué nos espera.
Entonces alguien se acerca con la noticia, falsa sabremos luego: encontraron los restos calcinados de los 43.
No hay rincón que alivie y la hermosísima me encuentra en uno de ellos.
-Anda, vamos a bailar y juntos la pena…
No escucho el final de la frase y por la mañana del seductor queda sólo el recuerdo.
La revolución y el amor son un mismo, indisoluble acto, rezan muchas justas frases, que por momentos no bastan.

Julio César Mondragón Fontes, el estudiante de Ayotzinapa cuyo cuerpo, desollado en vida, se arrojó en una calle de Iguala tras la desaparición de los 43. El grito hoy es tuyo. Te prometemos no perdonar. 

La ¿Me perdonas?
A L, la ¿Me perdonas?, la encontré un año atrás, queda dicho y no aclaro cómo. 
Ser luminoso, la llamó antes un amigo. No conocía la historia cuando nos vimos durante un encuentro continental. Había muchas irresistibles mujeres allí y mi mirada se posó solo en ella. 
Delgada, blanca de piel contra mis gustos, tenía una elegancia natural acusada por las ropas que como artesana confeccionaba para sí misma. 
Los organizadores del encuentro prepararon un baile y coincidí con ella en la mesa. Nadie se decidía a empezar el desfogue de esa semana atravesada por ideas nuevas y nos atrevimos a poner el ejemplo. 
Nuestros cuerpos en movimiento parecían conocerse y se emborrachaban. Lo demás también, en mi caso y no en el suyo, obviamente. Debimos seguir así y no era justo pues media docena de compañeras al lado hacían un silencioso reclamo, sin otros hombres a mano. 
Nunca renunciaré a la apuesta por componer canciones de carne y hueso y L quedo en mi obsesionada cabeza. Cuánto agradecí encontrarla un año después. 
Apenas desempecado en La Habana para un nuevo evento, vi un cuerpo cuya espalda me pareció gloriosa. Era de ella y apenas nos reunimos en la mesa común se lo dije al amparo de mi edad. 
De noche nuestro pequeño grupo se reunió en el patio. Mi a veces agotadora vena cómica renunció lo necesario para concentrarme en la belleza aquella: su parado, la forma de sentarse o estirarse, el contraste entre su aire abstraído y su espléndida sonrisa, el durazno de la piel.
-No sé en qué manera, será "mía" -pensé dispuesto a casi cuanto fuera, incluido el ridículo, desde luego. 
Al día siguiente nos separamos en equipos y la increíble experiencia de cultura comunitaria que conocí borró el delirio. 
Regresé con una nieta cubana adquirida y según avanzábamos por la carretera le compartí mí locura, que volvía a velocidad de vértigo. Imposible detener a la tormenta de veinte años cuando en el hotel compartió cuarto con L. 
No había pasado un cuarto de hora y la jovencita entró a mi habitación. 
-Dice que eres un hombre muy interesante. 
La futura ¿Me perdonas? sabía ya con entero detalle cuán demencial era mi gusto por ella.
Paracaidista en vuelo libre animado por el súbito arrojarme del avión, no me había sentado para la colectiva comida al soltar: 
-No sé si te avisé: nos casaremos a las siete. 
Creí que se ahogaba con el trozo de pollo cruzando por su garganta, entre las risas que celebraban el momento.
-¿Ah, sí? -respondió semi recompuesta. 
-Y no te preocupes. Como soy un anciano, seguro no llego a la noche de bodas. 
-No, así no -se sumó al juego.
Nos retiramos a nuestras respectivas tareas y al cenar rompió una regla no escrita: dejar libres las cabeceras.
-Son las ocho y no vi nada de boda -dijo ante las miradas cruzando la mesa.
-Se hizo en ausencia tuya, por interpósita persona.
-¿De veras? 
-Cambié de cuarto para que tengan su alcoba nupcial -dijo la nieta, entonces enamorada de mi roomie, quien protestó.
-Creo que lo dejamos para mañana -propuse a L. 
-Sí, creo que sí. 
Mañana fue cuando se ganó el apodo y nos mal informaron sobre los 43+5. 
Ciertamente el conquistador desapareció en ese instante, y yo todo, los dos días que podrían completar la obra, y dieron conmigo sólo para avisarme que irían a bailar otra vez. Había esperado el juntarse de nuestros cuerpos en movimiento y renunciaba a una segunda oportunidad... ¿para qué? A saberse. Canciones son canciones.
Quise dormir, no pude y escribí para L la mejor carta de mi vida. Poniendo punto final tocaron puerta. 
-Si Dios existe -pensé en un despropósito para un ateo de tres generaciones- es la ¿Me perdonas?  
Y sí. Al empezar a aclararme los motivos, la detuve.
-Deja que lea lo que escribí para ti.
Pobre, ahí, en una silla, a la escucha de tormentosas declaraciones que no deseaba, sin saber cómo retribuirlas.  
Terminé, trató de explicar otra vez, ahora la situación sentimental que atravesaba. Le pedí no hacerlo, pues no había demanda en mi carta, nos levantamos a un tiempo, volví a agradecerle sin palabras las sandalias que emparejaban nuestras alturas.
¿Recibiría compensación? ¿Inmejorable remate para la historia o su ruína?
-¿Vamos al bar? -propuse y no sé si dudó en dar las gracias. De otra manera habría terminado componiéndole la canción, ¿no?, y a tal cursilería ni por el personaje femenino de París, Texas. 
Luego, ¿no soy cursi al vivir y contar a L -y las demás mujeres en estos cuadernos-? Sí, claro.
Todos y todas necesitamos necesitamos una épica personal, creo; hasta quienes no pareciera, ¿verdad, James Kelley? -¿recuerdan a este hombre, E y S?-. Y como no conquistamos Persia, estupidez soberbia, según probé por aquí, asaltamos corazones, y sino pregunten a Alonso Quijano -¿también a su escudero, Teresa?; Claro, responde Molley Mahoney y no aquélla a quien dieron apenas un diálogo en ciento treinta y cuatro capítulos.
Se mire por donde se mire, tengo una edad quijotesca y mi molino de viento en Cuba fue rendido según mandan las reglas de caballería. Desde luego la ¿Me perdonas? no puede compararse con la Sad Eyed Lady of The Lowlands, y estaba lejísimos de emular a Suzanne, si permiten que cambie de músico predilecto, nietos.  
Ya estamos nuevamente en Ellas (Sigue a Calzada).
-0-
Aclaro: quienes invitaban a esos eventos tenían muy poco aprecio por mí. Fui porque nadie más en el espacio al cual pertenezco estaba interesado en asistir. 
Las ideas eran nuevas para mí y ya hace tiempo más o menos maduradas por sud y centroaméricanos.
No sé a quién agradecer la oportunidad. Imagino que a los pueblos donde nacieron -ideas y procesos.
Por eso L y yo no volvimos a encontrarnos. ¿Menos mal? ¿Me habría apenado mi comportamiento en La Habana? Nel. Para canciones carnales solo este viejo. Aquella, desde luego, rematada, sería cosa del pasado.
Intercambiamos correos y ni por asomos a ninguno se le ocurrió escribir al otro.
En cuanto a la genial nieta, incumplí mi promesa para ayudarla. Perdón. Te recuerdo con una foto:
Así eres: la que vive de cabeza, jeje.
-0-
En conclusión, sólo el viejo poema importa:
“Al fin de la batalla, 
y muerto el combatiente, vino hacia él un hombre 
y le dijo: «¡No mueras, te amo tanto!» 
Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo. 

“Se le acercaron dos y repitiéronle: 
«¡No nos dejes! ¡Valor! ¡Vuelve a la vida!» 
Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo. 

“Acudieron a él veinte, cien, mil, quinientos mil, 
clamando «¡Tanto amor y no poder nada contra la muerte!» 
Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo. 

“Le rodearon millones de individuos, 
con un ruego común: «¡Quédate hermano!» 
Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo. 

“Entonces todos los hombres de la tierra 
le rodearon; les vio el cadáver triste, emocionado; 
incorporóse lentamente, 
abrazó al primer hombre; echóse a andar...

César Vallejo.

Nos juntaremos, es una promesa, Julio César Mondragón. No habrá Dulcineas capaces de detenernos. Aquí no se trata de novelas.